miércoles, enero 31, 2007

Sinfonía de una gran ciudad

A pesar de que nuestro transporte metropolitano funciona a las mil maravillas y a un precio irrisorio, he adquirido la sana costumbre de ir andando al trabajo.

Un agradable paseo de veinte minutos en el que se oxigena uno los pulmones con la brisa mediterránea de la calle Muntaner.

Gratísima caminata, ideal para tonificar los músculos y ejercitar los reflejos esquivando ciclistas tarados, andamios por doquier, tremebundas deposiciones caninas, automóviles que salen de improviso a velocidad de vértigo de garajes subterráneos, cascotes que se desprenden de las fachadas, taxistas beodos, zanjas, camarillas de renqueantes pensionistas cargados con radiografías, socavones, motocicletas suicidas, sacos de escombros y proyectiles aviarios.

No hay día en que no tropiece con carretillas, carretones, volquetes, carretoncillos y vagonetas conducidas por algún lerdo imberbe ataviado con el mono de trabajo de algún supermercado.

Resulta encantador toparse con grupos de risueñas adolescentes de considerable tonelaje cogidas del brazo, costumbre que no entenderá jamás, colapsando las principales arterias.

Por no hablar de los devotísimos, toda el santo día hincados de rodillas, menesterosos rumanos apostados en cada esquina.

La tristeza me embarga ante la idea de que debido a las obras del AVE, mi querido Ensanche desaparezca engullido por la demencial red de túneles que cruzan el barrio de cabo a rabo.
Parece ser que en el Carmelo ya tuvieron algún problemilla similar.
Gracias a Dios, siempre nos quedará Cataluña en Miniatura para hacernos una idea de cómo fue la Ciudad Condal en sus tiempos de gloria y esplendor.
O tempora! O mores!

Tan gratificante excursión aporta la serenidad necesaria para emprender con ahínco y entusiasmo la jornada. ¡Al trabajo con alegría!
Contribuyen también a alcanzar tan preciada paz espiritual las innumerables obras y reformas que se llevan a cabo en nuestra ciudad.

Cúan reconfortado se siente uno intentando mantener la concentración entre constantes martillazos, golpes y bramidos de albañiles. ¡Qué sosiego!

Si hubiera que ponerle banda sonora a Barcelona, no recurriría jamás a la aburridísima sardana, ni a la movida layetana, ni a la rumba, ni al odioso sonido mestizo del Raval; ni al, alabado sea el Señor, prácticamente extinto rock catalán.

Ya hace años que especuladores, chanchulleros, ediles corruptos, constructores sin escrúpulos, políticos facinerosos, blanqueadores de dinero, despiadados arrendadores y mafiosos varios; todos ellos fanáticos irredentos de Wagner, le han puesto música a esta urbe tomada por el ladrillo y las excavadoras:

Sinfonía demente para hormigonera, sierra radial y taladro neumático.

lunes, enero 29, 2007

Feliz cumpleaños, Herr Lubitsch

Hoy cumple años el gran Ernst Lubitsch.

Genio inconmensurable, exquisito director, brillante guionista, actor intuitivo, soberbio productor.
Sirvan como sentidísimo homenaje, muestra de admiración y respeto, estas líneas extraídas del prólogo del magnífico libro de Scott Eyman, Ernst Lubitsch: Risas en el Paraíso.
Mis más efusivas felicitaciones, maestro.


“¿Quién es Lubitsch?”

Una corta pregunta con una larga respuesta.

Dirigió a la Garbo en Ninotchka, su actuación más brillante, su película más famosa y la única comedia de éxito que interpretó.
Con algunas de sus primeras películas sonoras, asombrosamente fluidas, como El desfile del amor, Montecarlo y La viuda alegre, marcó el nacimiento del musical, y de paso de las carreras de Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald.
Convirtió en estrellas a Pola Negri y a Emil Jannings, pero era especialmente apreciado por su habilidad para engatusar a actrices difíciles y neuróticas como Norma Shearer, Jennifer Jones y Gene Tierney y relajarlas para que pudieran ofrecer sus mejores actuaciones.
Cuando la carrera de Marlene Dietrich estaba en declive debido a las enrarecidas películas protagonizadas por ella con las que Josef von Sternberg había saturado al público, ideó una propuesta que le dio nuevas fuerzas. Elaboró obras de entretenimiento de resplandeciente y refinada sofisticación como Un ladrón en la alcoba y Una mujer para dos, además del inimitable encanto y el desbordante calor humano de películas como El bazar de las sorpresas y Ser o no ser. Hitler la tenía tomada con él; según cuentan, ordenó que en la estación de tren de Berlín se instalara una gran fotografía ampliada de su rostro con la leyenda “El judío arquetípico”.

Y, efectivamente, fue el creador del “toque Lubitsch”, un tópico tan ofensivamente superficial como el que califica a Hitchcock de “maestro del suspense”. Pero era mucho más que eso. Porque Ernst Lubitsch encarnaba un estilo y una visión que estaban muriendo —si es que realmente llegaron a existir alguna vez fuera de su imaginación— años antes de que lo hiciera él. Aunque su carrera como director pasó al menos por tres fases bien diferenciadas, con pocas excepciones las películas de Lubitsch se desarrollan no en Europa o en América sino en Lubitschlandia, un lugar en el que reinan la metáfora, la gracia bondadosa y la melancólica sabiduría.
Lo que interesaba a este artista excepcional era la comedia de costumbres y la sociedad en la que sucedía, un mundo de delicada sangre fría en el que la transgresión de las convenciones sexuales y sociales y de las reacciones más decorosas ha sido ritualizada, pero de maneras sorprendentes; en el que las cosas más despreciables se discuten en elegantes susurros; un mundo en el que reina el estoque y nunca el sable. El tiempo mismo aminora el paso; una acción metódica provoca una reacción muy lenta... o ninguna.

Como señaló el crítico Michael Wilmington, las películas de Lubitsch “eran elegantes y chuscas a la vez, sofisticadas y groseras, corteses y ensimismadas, frívolas y no obstante profundas. Fueron dirigidas por un hombre al que el sexo le divertía más que asustarlo; y que enseñó a toda una cultura a divertirse también con él.”

Durante los primeros quince años de su carrera americana, Lubitsch tendía a estructurar sus películas como conflictos entre lerdos patanes y los denominados por Alan Casty “los portadores de la gracia”, lo más humilde de la humanidad mezclado con los modales grandiosos, Molière escribiendo para Laurel y Hardy. El bien y el mal son casi imposibles de encontrar, y nunca se juzga a nadie, pues el director no valora la virtud tanto como la inteligencia. Esta lúcida objetividad también se pone de manifiesto en el trabajo de cámara y en el montaje; hasta las peores películas de Lubitsch tienen un ritmo regular, pero nunca intenta aumentar la tensión para acabar en una frenética culminación del tercer acto.
Pero más adelante las simpatías de Lubitsch se fueron ampliando, su humor se suavizó, sus personajes conjugaban la galantería con la mentecatez. Al hacerlo, Lubitsch creó algunos de los seres humanos más conmovedoramente completos jamás captados por el cine.

El suyo era un estilo tan basado en la omisión como en la comisión: lo que no se dice, lo que no se muestra. Se trata en parte de su manera de transformar y subvertir los tópicos del cine convencional sobre cómo contar la historia y presentar al personaje, con lo que los personajes de cartón piedra se vuelven súbitamente creíbles y humanos, sin renunciar por ello a un suave cinismo en su actitud hacia el mundo y las personas que lo habitan. Quizás el que mejor lo expresó fue Gerald Mast: “El talento de Lubitsch era el de transformar lo trivial en significativo.”

Para el espectador no avisado el trabajo de Lubitsch puede parecer anticuado, simplemente porque sus personajes pertenecen a un mundo de protocolo sexual formal. Pero su visión del cine, de la comedia y de la vida, más que adelantarse a su tiempo, era única y estaba totalmente desmarcada de cualquier época.

Hizo todo esto en una breve vida de sólo cincuenta y cinco años. Era como si supiera que tenía que darse prisa, porque ya a los veinte años Lubitsch se movía en las más altas esferas del teatro europeo; a los treinta dirigió a la estrella de cine más famosa del mundo. Tenía prisa incluso en el plató, en el que mantenía una tenue e ininterrumpida corriente de cordial energía, el director como caprichoso derviche.
El hombre que hizo todas estas cosas, que llegó a ser el principal exponente de una refinada sexualidad, era hijo de un sastre berlinés perteneciente a la clase media. La vida de Ernst Lubitsch es fascinante no sólo a causa del dramatismo intrínseco de sus puntos de partida y de llegada, sino también por la brecha existente entre lo que era y lo que contaba.

“Como artista”, comentó Samson Raphaelson, que escribió nueve películas con él, “era sofisticado; como hombre resultaba casi ingenuo. Como artista sagaz, como hombre simple. Como artista escueto, preciso, riguroso; como hombre siempre se le olvidaban las gafas de leer, los puros, los manuscritos, y la mitad de las veces le costaba recordar su número de teléfono.”
Tras la superficie cultivada y brillante de las películas había un ser humano cálido y cariñoso que nunca recibió demasiado amor a cambio; un hombre ambicioso que fue capaz de reinventarse por completo sin hipocresías, de salirse con la suya sin pisotear las vidas de los que le rodeaban.

En el mundo de las películas de Lubitsch, el sexo era una premisa básica, un juego cuyas reglas eran invariablemente comprendidas por las dos partes, una parte del contrato social basada en el entendimiento mutuo. Pero en su vida se casó con dos mujeres de las que no puede decirse que quisieran lo mejor para él. Su primera mujer tuvo una aventura con su mejor amigo, que desembocó en una pelea pública en una fiesta de Hollywood. Su segunda mujer, que despertaba la unánime antipatía de todos sus amigos, le consideraba vulgar como persona pero encontraba su dinero atractivamente elegante, y se divorció de él después de darle una hija.

Al poner tanta intensidad creativa en la creación de este mundo, Ernst Lubitsch consiguió que millones de personas entraran en él de su mano.

©Plot Ediciones, S.A.


viernes, enero 26, 2007

Cocina de supermercado para mileuristas

Esta mañana me he despertado exultante, luce el sol, la temperatura es la propia de la época y la multinacional que se negaba a pagar ha saldado su deuda.
Parece que las aguas vuelven a su cauce, bienvenida sea la tranquilidad. Adiós a semanas de tensiones, nervios, malos humores y dolores de cabeza.

He decidido, espero contar con su beneplácito, añadir al blog una sección semanal de cocina: Cocina de supermercado para mileuristas.

En este espacio culinario sólo tendrán cabida recetas asequibles y de fácil ejecución.
Los ingredientes necesarios para realizar los platos los encontrarán sin dificultad en cualquier autoservicio, colmado o gran superficie.
A la hora de ponerse manos a la obra, bastará que su cocina esté equipada con un par de cacerolas, algunas sartenes, un par de cuchillos (es preferible que no sean de sierra), una tabla de corte, unas pinzas, una espumadera, un cacillo, un cucharón, un colador y un escurridor.

En esta primera entrega les propongo una humilde sopa invernal, ideal para combatir los rigores del frío y prevenir estados catarrales.


Sopa de cebolla y tomillo

Ingredientes para 4 personas

Para el caldo de verduras
1 puerro
2 zanahorias
1 cebolla
1 rama de apio
2 dientes de ajo
2 hojas de laurel
4 granos de pimienta
1 manojo de tomillo
Vinagre
Sal

Para la sopa
Aceite
Mantequilla
6 cebollas medianas
3 dientes de ajo
Harina
Perejil
Sal
Huevos (opcional)

Cuezca en dos litros de agua durante tres cuartos de hora el puerro, 2 zanahorias, 1 cebolla, 1 rama de apio, 2 dientes de ajo (enteros y sin pelar), 2 hojas de laurel, 4 granos de pimienta, un chorrito de vinagre y una pizca de sal.
Pasada media hora, incorpore el manojo de tomillo.
Cuele el caldo.

Caliente en una olla dos cucharadas de aceite de oliva y una cucharada de mantequilla (si lo prefiere puede utilizar margarina).

Cuando la mantequilla haya fundido, rehogue a fuego suave la cebolla cortada en juliana fina. Una vez incorporada la cebolla, adicione un pellizco de sal; ayuda a que la cebolla suelte agua, evitando así que se queme.

Transcurrido un cuarto de hora, añádale los tres dientes de ajo finamente picados y una cuchara sopera de harina.
Ha de procurar que la harina no quede cruda, pues de deja un regusto excesivamente harinoso; si por el contrario se tuesta demasiado, amarga.
Una vez haya cogido color, vierta el caldo de verduras y tomillo.

Deje cocer a fuego moderado unos veinte minutos.
Rectifique de sal y añada unas hojas de perejil (fresco o seco).

Si desea una sopa más sustanciosa, puede añadir un huevo por comensal, tres minutos antes de que finalice la cocción.

Bon appétit

jueves, enero 25, 2007

Un caballero sentimental

Mi querido hermano Max ha vuelto a su ciudad después de una agotadora gira balcánica con su grupo Angusa Pivnica.
Aprovechó su convalecencia en el Hospital Nuestra Señora de la Misericordia de Pula; ciento ochenta y cinco conciertos ininterrumpidos en teatros restaurantes, cafés y bares de mala nota, temerarias conducciones por caminos de cabras, mares de cerveza Ozjusko y de aguardiente rakija, decenas de noches sin dormir y lidiar con mafiosos y chanchulleros albanokosovares pueden con el más bragado, para escribir este artículo.
Restablécete pronto, hermano.


Un caballero sentimental

Uno de esos caballeros que vagaron, aunque con pasaporte, por la Europa de entreguerras fue Ödön von Horváth, dramaturgo y novelista.
Nacido en diciembre de 1901 en Fiume (la actual Rijeka) era hijo de un diplomático originario de la ciudad eslavona de Vukovar y de una transilvana, es decir, que se crió en una típica familia del imperio de raíces magiares, eslavas y germánicas (y aunque era totalmente contrario a los análisis de sangre, el autor siempre echó en falta el componente semita en sus venas).

Una nota autobiográfica del autor de 1927 (en traducción de Berta Vias Mahou) nos da muestra de su fino humor centroeuropeo:

Nací el 9 de diciembre de 1901, y lo hice en Fiume, junto al Adriático, por la tarde, hacia las cinco menos cuarto –aunque según otra versión, fue hacia las cinco y media–. Cuando pesaba dieciséis kilos, abandoné Fiume y anduve vagabundeando en parte por Venecia y en parte por los Balcanes. Viví de todo, entre otras cosas, el asesinato de Su Majestad el rey Alejandro de Serbia junto a su cara mitad. Cuando medía uno con veinte me mudé a Budapest, donde me quedé hasta alcanzar uno con veintiuno. Allí frecuenté fervientemente numerosos parques infantiles y por mi carácter soñador y malicioso llamé desagradablemente la atención. A una altura de aproximadamente uno con cincuenta y dos se despertó en mí el Eros, aunque sin que me supusiera ningún transtorno especial: mi amor por la política hacía tiempo que existía. Mi interés por el arte, y en especial por las bellas letras, dio señales de vida relativamente tarde –cuando medía alrededor de uno setenta–, si bien a partir del uno setenta y nueve se convirtió en un verdadero afán, eso sí, tampoco irresistible, aunque ahí estaba. Cuando estalló la guerra mundial , yo ya medía uno con sesenta y siete, y cuando terminó, uno con ochenta: me disparé rápidamente durante la guerra. Con uno con sesenta y nueve tuve mi primera experiencia sexual propiamente dicha... Y hoy, cuando hace tiempo que he dejado de crecer (uno con ochenta y cuatro), recuerdo con una tierna nostalgia aquellos días cargados de presentimientos. Ya sólo crezco a lo ancho, pero desde aquí arriba no puedo informarles de nada más, pues el caso es que aún estoy demasiado cerca de mí.

Horváth se inició a principios de los años veinte en la escritura teatral trabajando para el compositor Siegfried Kallenberg.
A partir de entonces y hasta su muerte desplegó una intensa actividad como escritor: cuentos, dramas, novelas.
Ya instalado en Berlín a partir de 1924, aunque nunca con domicilio fijo (en cuanto podía se escapaba a la residencia veraniega de sus padres en el pueblo bávaro de Murnau), empezó a escribir sus Cuentos deportivos, que de alguna forma y siguiendo la gran tradición periodística danubiana, se adelantaron a los del norteamericano Ring Lardner.
A raíz de sus éxitos teatrales firmó un contrato con la editorial Ullstein, hasta que en 1933 un pésimo cómico de taberna se hizo con la cancillería alemana.

Perseguido por la Sturmabteilung, las unidades paramilitares de los nacionalsocialistas, que incluso registraron la casa de sus padres, se vió obligado a abandonar el país y emigrar a Viena por temor a las represalias de los camisas pardas (Horváth también les tenía miedo a los automóviles y a los ascensores).
Un año después volvió a Berlín con pasaporte húngaro y trató de ganarse la vida como negro en el cine (Fue mi momento moralmente más bajo. Aún conservo una corbata de entonces). Poco a poco su situación económica, debido al boicot teatral, empeoró hasta hacerse insostenible, mientras que se estaba a punto de levantar el telón del segundo acto de la Gran Guerra.

Después del Anschluss de 1938 el autor hizo un peregrinaje por las ciudades de Budapest, Praga, Trieste, Venecia, Milán, Zürich hasta llegar a París, punto final de su huída.
[Horváth, viajero incansable, también dejó constancia de su paso por Barcelona. El 22 de septiembre de 1929 (poco más de un mes antes del jueves negro de la bolsa norteamericana) Horváth le escribía una postal desde la ciudad Condal a una amiga:
Ya estoy aquí. La ciudad no es especialmente agradable, aunque la cerveza es parecida a la bávara. Acabo de asistir a una corrida de toros. Denigrante. Asquerosa. En dos días vuelvo de nuevo a Marsella. Eso sí que es otra cosa. Con cariño, Ödon.
]

Tras almorzar con el realizador Robert Siodmak (interesado en adaptar a la pantalla su novela "Juventud sin dios") y a punto de embarcarse en la aventura norteamericana, una rama arrojada desde un árbol por una tormenta que se abatió sobre los Campos Elíseos terminó con su vida el 1 de junio de 1938.

Sus novelas "Juventud sin dios" y "Un hijo de nuestro tiempo", escritas poco antes de morir y publicadas en una editorial holandesa, son dos grandes novelas negras europeas, de estilo duro, desnudas, que dejan en pañales a muchos autores empeñados en sacar a la luz las miserias de todo totalitarismo.
Horváth siempre tuvo la muerte muy presente, que nos amenaza agazapada en cualquier esquina, y el hecho de que
Alemania está constituida, como el resto de estados europeos, de un noventa por ciento de completos y frustrados pequeñoburgueses (aquí entronca con Baudelaire y Nabokov en la consideración del moderno filisteo)
(...) Si, por lo tanto, quiero describir a este pueblo, naturalmente no debo describir sólo este diez por ciento, sino que, como fiel cronista de mi tiempo, debo describir a la gran masa (en eso difiere de Nabokov). ¡A toda Alemania!

A pesar de la crudeza de su obra, a Horváth siempre le encantaron las historias de fantasmas. Sin embargo, no era nada nostálgico. Dos sentencias suyas le alejan en ese sentido de su contemporáneo Joseph Roth:
Me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de sentimentalismos innecesarios y Lo que está podrido, tiene que derrumbarse.

Maximilian von Czernowitz

lunes, enero 22, 2007

Si lo sé no me levanto

Malditas multinacionales, repugnante ambiente el del mundillo comercial, penosa manera de conducirse la de de los grandes emporios.

Mi señor padre y un servidor trabajamos codo con codo en calidad de, llamésmosle representantes, de una pequeña empresa alemana.
Llevamos, hará ahora un año, capeando con un pedido que nos hizo una todopoderosísima compañía.
Habiendo cumplido diligentemente con nuestro cometido, nos encontramos en la penosa posición de tener que exigir lo que se nos debe. Es norma de muchas de estas grandes compañías el retrasar hasta lo indecible el pago a sus proveedores.

Al margen de la impotencia que provoca el que a uno le estafen con subterfugios y puñaladas traperas el pan que tanto esfuerzo cuesta ganar, lo más lamentable es el trato que uno recibe por parte de los colaboradores de la firma en cuestión.
Te ves obligado a lidiar con individuos que suelen hacer gala, la mayoría de las veces, de una total falta de la más elemental educación, corrección, cultura, urbanidad, cortesía y delicadeza.

Más de una mañana uno se quedaría en la cama ante la perspectiva de vérselas y deseárselas con crípticos correos electrónicos plagados de faltas de ortografía, ofensivas llamadas telefónicas, babélicas reuniones, insufribles almuerzos y estúpidas entrevistas.
Es muy duro combatir a diario a un ejercito de majaderos que ocultan su estulticia tras una coraza de autosuficiencia, agresividad y arrogancia.

Para triunfar en esta vida hay que gastar modales de macarra de extrarradio, soltar unos cuantos anglicismos del tipo Briefing, Timing, Benchmark y Headhunter aprendidos en algún inaprovechable master, hablar a grito pelado y estar estresado, reunido, constantemente al teléfono, liadísimo las veinticuatro horas del día y gastar muy, pero que muy mala leche.

Ellos lucen con orgullo engominado, imposible corbatón, colonia de marca y cochazo, quisieran parecerse a Beckham, Brad Pitt, Fernando Alonso o Tom Cruise, practican varios deportes, son una eminencia en lo que se refiere a cualquier cosa que se sustente sobre dos o más ruedas, les conmueven las indigestas baladas de Luis Miguel y sueltan alguna lagrimilla furtiva cuando gana su equipo.

Ellas, cruce imposible entre Florinda Chico, Angela Channing, Paris Hilton y Boris Karloff, visten traje chaqueta de confección barata, zapatos de tacón de ofertón, móvil de última generación y suelen tener la voz rota por el abuso del tabaco. Son expertas en vitrocerámicas, se conocen al dedillo el catálogo de IKEA, adoran los programas de crónica amarilla tirando a negra y las dietas de adelgazamiento imposibles.

Independientemente de su sexo, ostentan los modales de un cerdo retozando en su porqueriza, la sensibilidad de un torturador malayo y la inteligencia de un plato de brécol.

El fin justifica los medios.
Todo sea por la sacrosanta hipoteca, el adosado, el pantallón plano, el monovolumen, las tardes de gimnasio, los fines de semana en Outlets y Carrefours y la escapadita anual a Playa Bávaro.

Asqueado por la penosa situación en la que llevamos semanas inmersos, sueño a diario con transformarme en James Cagney, subirme los pantalones, frotarme las manos, empezar a repartir bofetadas a diestro y siniestro, romper algunas piernas y llenarme los bolsillos de ensangrentados billetes.
Desgraciadamente, en estos asépticos tiempos uno no puede conducirse de esta manera, no puedes tomarte la justicia por tu mano, hay que recurrir a legalismos, picapleitos y tribunales.

No deja de sorprenderme que muchísima gente pierda su honestidad, sus escrúpulos y su dignidad por un puesto y un sueldo.
Las multinacionales, responsables en gran medida de la contaminación y del empobrecimiento del planeta, adiestran a sus asalariados para que se conviertan en perros de presa, en tiburones ávidos de sangre.
Tiburones transfigurados en desvalidos corderitos cuando la empresa para la que se han prostituido recompense su dedicación y servicios echándoles a la calle sin ningún miramiento cuando traslade su sede a un país tercermundista donde todavía obtendrá más beneficios exprimiendo a los más necesitados.

viernes, enero 19, 2007

El Trío Calaveras cabalga de nuevo


¿Se le está haciendo eterna la cuesta de enero?
¿Harto de sopicaldo?
¿Cansado de no poder renovar ni en las rebajas su inexistente vestuario?
¿Hastiado de tan tropical invierno?
¿Hasta las narices de ser pobre?

¡No desespere! ¡No todo esta perdido! ¡Tenemos la solución a sus problemas!

Tras su exitoso debut, el Trío Calaveras (agrupación de pinchadiscos retrosincri compuesta por los irredentos noctámbulos Pablo Jiménez, Gabi Soto e Ivo von Menzel) vuelve a la sala que le vio nacer para ofrecerles nuevamente una meticulosa y excelentísima selección de canciones de los tiempos en que la música era MÚSICA:

Swing, Big Bands, Italian love songs, Jump & Jive, Mambo Bacán, Sixties pop, Croonerismo, Ye-yé patrio e internacional, Easy Listening, Boogaloo, Bandas sonoras, Soul lascivo, Zarzuela y Cantos Regionales.

Rescate y desalcanforice el esmoquin con el que se casó su abuelo, zurza y hágase un apaño con el vestido de puesta de largo de su madre y combata el calentamiento global y las penurias pecuniarias propias de este mes a base de burbujeantes cócteles y refrescantísimos bailes.
¡Lujo, boato, elegancia y esplendor a precios populares!

¿Podrá resistirse a tan sugerente oferta?

Día veintisiete del presente, sábado, a partir de las once de la noche
Sesión estelar del Trío Calaveras
en
The Rat King Lounge, the coolest place in town
Pasaje Marimón, 17 (entre Marimón y Casanova).

¡Les esperamos!

Prohibida la entrada a jofainas, malasombras, caballeros que luzcan calceto blanco y chinos ludópatas.
La Dirección

martes, enero 16, 2007

Jerry Calamidad

Ayer concluí la lectura de “Las estrellas de Hollywood”, magnífico libro del olvidado Peter Bodganovich.

Hoy relegado a un segundo plano, este realizador, director teatral, historiador, crítico, programador de cine y actor, dirigió en los años setenta películas tan sobresalientes como “La última película”, ¿Qué me pasa Doctor” o “Luna de Papel” y es el autor de espléndidas biografías sobre maestros de la dirección como Orson Welles, Howard Hawks y John Ford.

En su prólogo menciona que tuvo la idea de escribir un libro acerca de sus actores predilectos cuando durante el rodaje de un telefilme le pidió al jovencísimo protagonista que interpretará una de las secuencias dándole "un toque más Cary Grant".
El chaval se encogió de hombros y se le quedó mirando sorprendido ¿Cary Grant?¿Quién es ese?

Mención aparte merece el capítulo dedicado a Jerry Lewis.
Excelente cómico, incomprendido, condenado al ostracismo, vapuleado por la crítica e ignorado por el público actual.
Repasando ese episodio, recordé lo mucho que me hacían reír las películas de Jerry que solían emitir los sábados por la tarde cuando sólo existían dos cadenas de televisión.

Bodganovich nos muestra a un hombre inteligente, generoso, hiperactivo, egocéntrico, desprendido, perspicaz, insomne, cultivado, caprichoso, astuto y extremadamente sensible, alejadísimo del personaje de idiota consumado que le hizo célebre.

Nacido en el año 26 en el seno de una familia de cómicos judíos, Joseph Levitch pisó las tablas a la temprana edad de 5 años, desde entonces ha permanecido fiel al escenario.
Dedicado en cuerpo y alma a las variedades y tras años de agotadoras giras coincide a finales del año 45 con Dean Martin, por aquel entonces un vocalista de tercera fila, en el club Havana Madrid de Nueva York.
Al cabo de unos meses deciden unir sus fuerzas y conforman un dúo.
Entre los dos urden un espectáculo totalmente innovador, lo nunca visto.
Dino ejercerá de cantante romántico y embelesará al sector femenino con sus baladas, Jerry interrumpirá su actuación cada dos por tres haciéndose pasar por un descerebrado.
La noche que debutan actúan ante cuatro personas, pasados tres días la sala está abarrotada. La fórmula funciona a las mil maravillas, el humor desquiciado y absurdo de la pareja es el mejor bálsamo parar curar las heridas provocadas por la recientísima guerra mundial.

Llueven los contratos y las ofertas millonarias, se suceden a un ritmo frenético las actuaciones y grabaciones radiofónicas y discográficas, aparecen en 17 películas, en 13 de ellas como protagonistas y se convierten en habituales del programa televisivo “The Colgate Comedy Hour”.
El público los adora.

Tras diez años de éxito ininterrumpido, la asociación se disuelve. Alegan diferencias irreconciliables. No volverán a cruzar una palabra en veinte años.
Martin, quien además de no tomarse nunca en serio dudaba de su capacidad a la hora de cantar e interpretar, estaba harto de la vorágine en la que estaba inmerso y asqueado de que Lewis le hiciera sombra. Aborrecía todas esas payasadas, la vida social y el tener que sonreír y hacerle la rosca a todo el mundo. El extrovertido y siempre afable artista era en realidad un hombre solitario, hermético, poco locuaz y taciturno que prefería la soledad de un bar o de su habitación de hotel a las cenas y fiestas multitudinarias.

Lewis atribuye el carácter de Dino a la educación recibida:

“Creció en un ambiente pseudomafioso; con unos padres insensibles. Angelina, su madre, era una mujer italiana de armas tomar que le enseñó una manera de afrontar la vida. Toma, nunca des. Si lloras, no vales nada. Si tienes emociones, eres un maricón. Ella quería parecerse por todos los medios a la encantadora celebridad televisiva Betty Furness, cuando en realidad a quién se parecía era a Jack Palance”.

Superada la traumática separación, Jerry Lewis emprende una fructífera carrera en solitario escribiendo, dirigiendo, interpretando y produciendo sus propios filmes.
Aprende todos los trucos del oficio de la mano de su admirado Charles Chaplin y de Frank Tashlin, un antiguo ilustrador de dibujos animados reciclado en director de cine.
De Chaplin hereda una prodigiosa aptitud para la mímica, los personajes de Lewis apenas hablan; de Tashlin, el ritmo endiablado, el profuso colorido y un sobresaliente sentido del gag.

Su meteórica trayectoria se estanca a finales de los años sesenta, los tiempos han cambiado, la astracanada no tiene cabida entre disturbios raciales, hippies y guerras de Vietnam, no son tiempos para tomarse las cosas a choteo.

Ninguneado, víctima de furibundos ataques y reproches y aquejado de unos terribles dolores de espalda resultado de sus aparatosas caídas y acrobacias, se convierte en adicto a las anfetaminas y los tranquilizantes.

En 1972 no puede ni estrenar uno de sus proyectos más ambiciosos, “The Day the Clown cried”, la historia de un payaso alemán que se dedica a entretener a los niños presos en el campo de concentración de Auschwitz.
La crítica sesuda y la pseudo intelectualidad al completo lo acusan de ser un monstruo por tratar tan a la ligera tamaña cuestión. Años más tarde Roberto Beningni ganará un Oscar por “La vida es bella”, filme en el que se aborda un tema muy parecido.

El resto de lo que queda de década lo dedica en cuerpo y alma al Telemaratón anual en beneficio de la Asociación para la Distrofia Muscular, en 1977 es nominado al Premio Nobel de la Paz por su labor, aunque debido a su tremenda dependencia a las pastillas , dice no recordar absolutamente nada de aquel período.

Tras años de ostracismo, a principios de lo años ochenta consigue dirigir un filme que tiene cierto éxito y Martin Scorsese lo incluye en el reparto del “Rey de la comedia”.

Sus múltiples adicciones, lesiones vertebrales, varias úlceras y una operación a corazón abierto lo vuelven a dejar fuera de circulación.

Resucita y aparece de nuevo en Broadway a mediados de los noventa, tras el espectáculo, el público se pone en pie y le brinda una larguísima ovación, por fin se reconoce su inmenso talento.

A sus casi 81 años, incombustible, superado un cáncer de colón, se recupera de una fibrosis pulmonar trabajando casi a tiempo completo en sus memorias de sus días con Martin, y promete volver el año que viene con un nuevo montaje teatral.

Reivindiquemos la figura del bufón ¿Acaso hay algo más serio que el humor?
Duda cabe de que este mundo sería un lugar mucho más agradable si en vez de destilar tanta inquina y mala leche y de mirarnos tanto el ombligo, tuviéramos la capacidad de reírnos más a menudo de nosotros mismos y de las patochadas del genial Jerry Lewis.

jueves, enero 11, 2007

Quemando banderas

ETA ha vuelto a asesinar.

Los encapuchados no cejan en su psicótica cruzada ultranacionalista, poco importan las víctimas, las familias rotas, los amigos perdidos y las ilusiones truncadas.
La defensa de su sacrosanta tierra y raza superior bien lo valen.

Mi abuela, Maria Magdalene, a la que llamábamos cariñosamente Omi, abuelita en castellano, vino al mundo el último día del año uno del pasado siglo no muy lejos de Szeged, pequeña ciudad húngara del agonizante Imperio Austrohúngaro.

Sus ancestros, de origen suabio, decidieron buscar mejor suerte en el Este.
Tras la Guerra de los Treinta Años la hambruna y las epidemias asolaban la región.
La Emperatriz María Teresa de Austria prometió tierras a todos aquellos colonos que quisieran establecerse en amplias zonas inexploradas en los confines más remotos del Imperio.
No fue empresa fácil, el precio que tuvieron que pagar fue muy alto, muchos de ellos perecieron en pantanos y estepas o remontando el Danubio en precarias embarcaciones.
Hay un viejo refrán que se ha trasmitido de generación en generación entre los suabios del Danubio:

Für die ersten der Tod, für die Zweiten die Not, für die Dritten das Brot (para los primeros la muerte, para los segundos la miseria, para los terceros el pan).

Tras años de privaciones y dificultades consiguieron instalarse y prosperar.
A principios del siglo XX, mi bisabuelo, August Fieweger, era dueño de una finca dedicada al cultivo de remolacha azucarera y a la cría de caballos.
La vida transcurría sin mayores sobresaltos, la cosecha era buena, las relaciones con los vecinos excelentes y cuando las duras tareas del campo lo permitían, viajaban a Budapest en busca de diversión.

La paz se truncó cuando a principios de los años diez, patriotas serbios inflamados de sentimiento paneslavo, decidieron atacar a la gente de habla alemana afincada en la zona.
Fue precisamente uno de esos serbios, henchido de nación y bandera, quien desencadenó la Primera Guerra Mundial asesinando en Sarajevo al Archiduque Francisco Fernando.
De seguir vivo, el joven Gavrilo Princip hubiera sido un eficiente torturador en los campos de concentración de Kosovo.

August decidió que no era zona segura para su familia, por lo que vendió sus propiedades y tras diversas deliberaciones decidió instalarse en un pueblecito cerca de la ciudad de Neisse, en la Alta Silesia, actualmente Polonia, por aquel entonces zona perteneciente al Imperio Alemán.

Todo iba a las mil maravillas hasta que en el año treinta y tres ganó las elecciones el cabo de piernas torcidas de Bohemia, el carnicero de Braunau, Adolf Hitler.
El iluminado del bigotito abogaba por instaurar el tercer Imperio Alemán, un pueblo, una nación, una gran madre patria germana que duraría más de mil años.
Su demencia sumió a la mitad del mundo en uno de los períodos más negros y funestos de la historia de la humanidad y se cobró millones de muertos, el exterminio del pueblo judío y la desaparición definitiva de un sinfín de culturas.
Poco distan sus desquiciadas soflamas de las peroratas de algunos líderes nacionalistas de nuestro país.

Mi abuela contrajo matrimonio en el año 26 y se fue a vivir a Reichenstein, muy cerca de Neise.
Acabado el conflicto mundial y superado el infierno nacionalsocialista, irrumpieron en escena las tropas soviéticas y polacas.
Sedientas de venganza, algo corriente dentro de la locura de la guerra después de las atrocidades que habían sufrido a manos de los nazis, se ensañaron con la población alemana de Silesia. Asesinaron, violaron, saquearon y borraron todo vestigio de la población anterior.
Tamaña salvajada se cometió en nombre de la gran nación soviética.

Mi familia fue deportada en marzo del año 46, lo habían perdido absolutamente todo, todo menos el bien más preciado, la vida.
Pasaron semanas en un tren de carga y a punto estuvieron de perecer.
Llegados al puesto de recogida de exiliados en Helmsted, soldados americanos los rociaron con DDT y los instalaron en barracones del ejercito.
Fueron trasladados a Leer, en el norte de Alemania tocando con la frontera holandesa, allí vivieron unos años hasta que decidieron empezar de nuevo en Diepholz, a unos cien kilómetros de Leer.

También en esa localidad tuvieron que vivir cierto rechazo por su condición de refugiados.
Tenían hábitos muy diferentes, hablaban con otro acento, utilizaban otras palabras, expresiones arcaicas alemanas, vocablos en yiddish y algunas palabras en húngaro; mi abuela hablaba bastante bien tan complicadísimo idioma, cuando los tanques soviéticos irrumpieron en Hungría en el 56, se dirigió a la frontera para ayudar a todos aquellos que huían prestando sus servicios como intérprete.
Además profesaban otra religión, católicos rodeados de protestantes.

Eran hijos del pluralismo, un clarísimo ejemplo de lo enriquecedora que puede resultar la mezcla de nacionalidades, razas, credos, tradiciones y costumbres.
Por desgracia sufrieron en sus carnes las más virulentas causas y consecuencias del nacionalismo, pazguato, cerril y fascista.

El mismo que aterroriza a diario a gente inocente, el mismo que quema cajeros y autobuses en Rentería, el mismo que aniquila con premeditación y alevosía.

martes, enero 09, 2007

Subiendo la cuesta

Calles desiertas,
abetos en la basura,
agendas de empresa,
juguetes rotos,
botellas a medias,
felicitaciones tardías,
cajas en la entrada,
piña en almíbar,
procesos catarrales,
libros envueltos,
canciones calladas,
platos sucios,
bolsillos desfondados,
confeti en los desagües,
dietas variadas,
sorteos sin premio,
regalos cambiados,
abrigo en el perchero,
polvorones resecos,
inventarios eternos,
patines en la acera,
luces apagadas,
estampidas de saldo,
bares solitarios,
restos en la nevera,
días grises,
perfume en la repisa,
noches largas,
estómagos cascados,
trajes en el tinte,
matasuegras silenciados,
radiadores en marcha,
copas quebradas,
risas distantes,
papel desgarrado,
fascículos por entregas,
desencuentros familiares,
verdura hervida,
pesebres desarmados,
mantelerías tendidas,
calendarios de banco,
reposiciones eternas,
sales de frutas,
coronas aplastadas,
desatascadores nasales,
peluches tuertos,
veladas caseras,
televisión imposible,
carnaval lejano,
invasión polifónica,
corbata estrenada,
mandarinas y nueces,
propósitos incumplidos,
carteras vacías,
puertas cerradas.

Dichosa cuesta.

viernes, enero 05, 2007

Están al caer

¡Ya vienen los Reyes!
¡Muerte a Santa Claus! ¡Acabemos de una vez con el gordito risueño! ¡Abajo el republicano vestido de rojo trasegador de Coca-Cola!

Ahora resulta que también viene de Oriente, lo que hay que ver ¿No se han fijado en esos estúpidos muñecos subidos a una escalera que afean las ventanas y balcones de nuestra ciudad? Tienen los ojos rasgados y visten de poliéster. Parecen cacos, desvalijadores de pisos en miniatura.

¿Y qué merito tiene lo de Papá Noel?
Censado en Korvatunturi, Finlandia. Reside en una casa de troncos de pino de Laponia de hasta 300 años que garantizan una mayor robustez y un máximo aislamiento térmico.
400 metros cuadrados distribuidos en dos plantas. Sauna exterior, garaje para ranchera y limusina, quince hectáreas de zona ajardinada y boscosa a su entera disposición.

Trabajo a cinco minutos de casa dando un agradable paseo.
1836 elfos a su servicio. Contrato fijo, sueldo a la escandinava, jornada de 30 horas semanales, seguro médico y plan de pensiones. Guardería, cantina y dispensario.

Plazo de 365 días para servir los pedidos, proveedores ingleses, alemanes, suecos, japoneses y estadounidenses, control de calidad exhaustivo, excelente seguridad y prevención de riesgos laborales, incidencia de estrés bajo mínimos, trato afable y cordial.

Macrocampaña de publicidad a cargo de las más poderosas multinacionales. Aparición esporádica en películas, programas y series televisivas, anuncios, cuñas radiofónicas y cartelas. Dispone de varias páginas en la red.
Los transportes de mercancías se realizan en trineos volantes, cómodos, rápidos y seguros.

El único factor de riesgo es que Santa pueda sufrir una eventual insuficiencia renal consecuencia de su desmedida afición al ponche de huevo y al vino caliente con clavo y canela.
Dado lo avanzado de su edad, el cuerpo médico que lo atiende le ha recomendado que reduzca el consumo de carne roja, derivados lácteos, repostería y cigarrillos Peter Stuyvesant.
Así cualquiera.

Lo de Sus Majestades de Oriente si que es pura magia.
Su inmensa expedición vaga todo el año por los desiertos de Próximo Oriente y Oriente Medio.
Más de una vez les han volado la corona en la franja de Gaza, Irak, El Líbano y Afganistán. Han sido interrogados por el Mosad, el Sisde, la CIA y el Muhabarat.
Se les ha confundido con traficantes de drogas, de armas, Payasos sin Fronteras y figurantes de una coproducción uzbeko-armenia.
El Rey Baltasar las pasó canutas cuando fue tomado por un marine desertor oriundo de Macon, Alabama. Pasó dos semanas en una prisión militar en Ramada y estuvo a punto de ser sometido a consejo de guerra sumarísimo.

Reciben los encargos con un par de días de antelación a través de cartas ilegibles plagadas de faltas de ortografía y tachones.
Sus suministradores chinos, paquistaníes, surcoreanos, nepalíes y ucranianos jamás cumplen con los plazos y a menudo se equivocan con las comandas.
Se desplazan en camello, soportan temperaturas inclementes y han de lidiar con tempestades, minas antipersona, alimañas, adustos guardias fronterizos y papeleo sin fin.

Llegados a destino se han de sacudir la arena de sus capas, engalanar su caravana, proveerse de golosinas y desfilar ante millones de niños expectantes.
Bien entrada la noche tendrán que repartir todos los juguetes procurando que nadie se despierte.

Y todo eso a cambio de un vaso de leche, unas cuantas galletas y una sonrisa.

¡Nobleza obliga! ¡Vivan los Reyes Magos!

jueves, enero 04, 2007

Vivitos y coleando

Hará cosa de unas semanas un lector disconforme con uno de mis artículos me sugirió que a la que se inventara la máquina del tiempo, hecho poco probable, me subiera en ella y me perdiera en un agujero negro. Arremetía contra mi desmesurada fascinación por el pasado más inmediato, concluía su encendida arenga afirmando que hay cosas actuales que también valen la pena.

Por supuesto, no todo son cadáveres exquisitos en mi vida. Tengo, además de mi pareja y familia, muy buenos amigos, toda una suerte y un privilegio.
Muchos de ellos han tenido hijos recientemente o están a punto de ser padres.
Savia nueva, nuevos horizontes, las casas se llenan de risas infantiles, pañales, potitos y peluches.
Mi mujer adora a los críos y se lleva de maravilla con todos ellos.
A mí, por el contrario, me resulta mucho más difícil tratarlos, los niños no me disgustan, no soy el hombre del saco, en ciertos momentos hasta pueden parecerme entrañables, pero me cuesta horrores entrar en su mundo.
Puede que se deba a que cuando yo era pequeño disfrutaba más de la compañía de los adultos o de la soledad de mi cuarto.
Tuve compañeros de juegos, claro, pero tardé algunos años en cultivar verdaderas amistades.

Los mayores eran mucho más divertidos, explicaban historias fascinantes con una copa y un cigarrillo en la mano, entraban y salían cuando les salía de las narices, escogían la ropa que se podían poner, podían ver la televisión siempre que quisieran, poner la música a todo trapo e incluso picar entre horas.
Detestaba ese mundo infantil tan marcado por los horarios y por la más exasperante de las monotonías.
Timbre de entrada, recreo, comida, clases, patio, gimnasia, timbre de salida, autobús, merienda, deberes, televisión, cena, a la cama y vuelta a empezar.
Lo único que deseaba por aquel entonces era crecer lo más rápido posible para poder hacer lo que me viniera en gana.

Me entristece sobremanera el mundo que los adultos han creado para los más pequeños, ley de vida por otra parte, un mal necesario.
Yo sigo siendo aquel niño que de muy buen grado le hubiera pegado fuego a la escuela y que soñaba muchas noches con descalabrar a más de un profesor y con llevarme por delante a los abusones de la clase. El chaval que odiaba las reglas, las imposiciones, los exámenes, las regañinas, los sermones y los castigos.
¿Con que derecho puedo hacerle pasar por lo mismo a un hijo?
¿Qué cara se supone que tendré que poner cuando tenga que ejercer de progenitor autoritario amante de la ley y el orden?

Otra es el exceso de celo y atención que se les concede a las criaturas.
Ya antes de pasar por la sala de partos no sabes si la mujer va a dar a luz o va a poner en órbita un satélite. Se estudia, psicoanaliza, radiografía, liofiliza, desinfecta y desmenuza al churumbel, un simple estornudo supone una conmoción, una tosecilla, un problema de Estado.
Los orgullosos padres se mimetizan con el mocoso y se sumergen en un estado de total infantilización. Acaban vistiéndose como la criaturita y pronunciando sonidos guturales, cambian la cubertería de IKEA por coloridas cucharas de plástico y se ponen morados de sustanciosas papillas. Todo se vuelve pueril, cándido y excesivamente almibarado.

Las futuras generaciones sobreprotegidas y nuestros mayores dejados de la mano de Dios. Los ancianos no tienen cabida en esta sociedad que idolatra la juventud. A muchísima gente se le antoja de los más desagradable tratar con una persona totalmente desvalida, mermada, arrugada, calva, desdentada, sentada en una silla de ruedas y que en ocasiones no tiene control sobre sus esfínteres e incluso babea.

Un bebé es exactamente igual y en cambio nos resulta encantador, y francamente, me resulta más ameno charlar con alguien de edad avanzada que tratar de sostener una conversación con alguien que todavía no ha cumplido un año de existencia.

Olvidemos el sambenito de que pasada la edad de jubilación una persona ya no sirve para nada. Mucha gente que ha superado con creces la barrera de los setenta todavía tiene mucho que decir.
A pesar de lo avanzadísimo de su edad, los excelentes actores Eli Wallach y Ernest Borgnine siguen interpretando con asiduidad papeles secundarios. Clint Eastwood ha estrenado “Banderas de nuestros padres”, Tony Bennett ha grabado nuevo disco, Lauren Bacall sigue actuando y Paul Newman presta su impresionante voz a personajes de películas de animación.

José Luis López Vázquez no para y el pequeñajo de Mickey Rooney protagoniza junto a su mujer una obra musical.

Más de ochenta años sobre un escenario, ver para creer.

martes, enero 02, 2007

Los otros Reyes


Estamos en la recta final de las fiestas navideñas.
El cambio de año nos regala cuatro días de tregua que preceden a la festividad de Reyes en el que podemos concederle a nuestro maltrecho cuerpo un merecidísimo reposo del guerrero. Los consabidos langostinos, el jamón, la matanza y la grasaza, los ríos de vino, cava y espirituosos y los dulces son sustituidos hasta nueva orden por el agua de Vichy, la manzanita, las tostadas de pan integral y las acelgas hervidas. El hígado canta loas al Señor, los riñones y el estómago lloran embargados por la emoción.

Siempre me ha gustado el hecho de que mientras en casi toda Europa todo ha vuelto a la normalidad, aquí las luces siguen brillando, millones de niños envían sus cartas a los Reyes de Oriente y esperan con ilusión la que para ellos será la noche más mágica del año.

Es todo un placer pasear por entre los tenderetes que por estas fechas se instalan en la Gran Vía, el olor a churros, los adornos antañones, los juguetes de toda la vida, los quioscos que sirven pinchos morunos y cañas, las monedas y cigarrillos de chocolate y el carbón de azúcar destinado a los críos más traviesos. Caminando por entre estos puestos parece como si el tiempo se hubiera detenido hace décadas.
Nos quedan además el sorteo del Niño, la Cabalgata de Reyes y el roscón.
En esta ciudad en el que se borra a pasos agigantados cualquier resquicio de nuestro pasado, es una suerte que todavía se conserven este tipo de tradiciones.

Atrás queda el 2006.
El año se inició como de costumbre, echando mano del Alka Seltzer y de la bolsa de hielo, aunque con una novedad, con la entrada en vigor de la ley antitabaco la gente pensaba que las autoridades sanitarias azotarían públicamente a todo aquel que sorprendieran echándose un pito. Poco ha cambiado desde entonces, salvo algunas excepciones, los bares y restaurantes de España siguen oliendo a tabaco y torrefacto.

Seguía y sigue muriendo gente en Iraq. El gobierno del psicópata tejano, en colaboración con el iraquí, demostró de nuevo hace escasos días que sigue siendo el bastión de la libertad , la legalidad y la igualdad al ejecutar al dictador Sadam Hussein. La mar de democrático, oiga.
El año pasado también se fueron derechitos al infierno dos tipos encantadores, Slobodan Milosevic y Augusto Pinochet.

Los asesinos de ETA declararon un alto al fuego permanente que como era de prever no han cumplido.
Evo Morales y su sempiterno jersey de rayotas de alpaca sin cardar asumió la presidencia de Bolivia, el populachero Hugo Chávez ganó de nuevo las elecciones y al comandante Fidel lo retiraron de la circulación por motivos de salud, los discursos de nueve horas resultan de lo más pernicioso para el que los pronuncia y para el pobre desdichado obligado a escucharlos. Confiemos no tarde mucho en reunirse con los demás tiranos que la espicharon en el dos mil seis, eso si es que no está ya muerto o criogenizado como el bueno de Walt Disney.

Paul McCartney se divorció de su segunda mujer, la separación le está arruinando la salud y vaciando la cuenta corriente. José Montilla, más conocido por estos lares como Pep Moscatell, fue erigido presidente de la Generalitat de Catalunya.

Desgraciadamente la lista de mis fantasmas favoritos aumenta año tras año.

El año pasado nos dejaron actores de la talla de Glenn Ford, Alida Valli, Jack Palance, Shelley Winters y Anthony Franciosa.

Falleció Richard Fleisher, director de películas tan sobresalientes como “20.000 leguas de viaje submarino”, “Sábado trágico”, “La muchacha del trapecio rojo”, “Bandido” o “Los vikingos”.

El mundo de la música ha sufrido un tremendo varapalo. El día de Navidad se tiñó de negro con la muerte del Padrino del Soul, el tipo más currante del mundo del espectáculo, el hombre de los 110 números uno, el fabuloso James Brown.
El prodigioso músico, todo un símbolo para la gente de su raza, falleció a causa de un infarto a la edad de setenta y tres años. Triste final para Mr. Dinamita. Tantos bolos, drogas, pollo frito, broncas con la policia, alcohol y somantas a la parienta pudieron con él.
Tenía que haber muerto sobre un escenario, con las botas puestas, o irrumpiendo a tiros en una reunión de supremacistas blancos.
Say it loud, I’m black I’m proud!
A lo largo del año pasaron a mejor vida Wilson Pickett, Lou Rawls y Billy Preston, quien se ganó el apodo de “quinto Beatle” por su colaboración en un par de discos de la banda.

También se han ido la excelente cantante de jazz Anita O’Day, no sabía ni quien era hasta que me pusó al corriente un buen amigo; el maestro de las congas Ray Barretto y Don Butterfield, virtuoso de la tuba que colaboró con músicos de la categoría de Frank Sinatra, Charles Mingus y Dizzy Gillespie.

Sirva este escrito, el primero del dos mil siete, como sentido homenaje a todos ellos, quienes al igual que los entrañables Reyes Magos, nos harán mucho más grato este año que no ha hecho más que empezar.

Felicísimo año, amigos.