Un caballero sentimental
Aprovechó su convalecencia en el Hospital Nuestra Señora de la Misericordia de Pula; ciento ochenta y cinco conciertos ininterrumpidos en teatros restaurantes, cafés y bares de mala nota, temerarias conducciones por caminos de cabras, mares de cerveza Ozjusko y de aguardiente rakija, decenas de noches sin dormir y lidiar con mafiosos y chanchulleros albanokosovares pueden con el más bragado, para escribir este artículo.
Restablécete pronto, hermano.
Un caballero sentimental
Uno de esos caballeros que vagaron, aunque con pasaporte, por la Europa de entreguerras fue Ödön von Horváth, dramaturgo y novelista.
Nacido en diciembre de 1901 en Fiume (la actual Rijeka) era hijo de un diplomático originario de la ciudad eslavona de Vukovar y de una transilvana, es decir, que se crió en una típica familia del imperio de raíces magiares, eslavas y germánicas (y aunque era totalmente contrario a los análisis de sangre, el autor siempre echó en falta el componente semita en sus venas).
Una nota autobiográfica del autor de 1927 (en traducción de Berta Vias Mahou) nos da muestra de su fino humor centroeuropeo:
Nací el 9 de diciembre de 1901, y lo hice en Fiume, junto al Adriático, por la tarde, hacia las cinco menos cuarto –aunque según otra versión, fue hacia las cinco y media–. Cuando pesaba dieciséis kilos, abandoné Fiume y anduve vagabundeando en parte por Venecia y en parte por los Balcanes. Viví de todo, entre otras cosas, el asesinato de Su Majestad el rey Alejandro de Serbia junto a su cara mitad. Cuando medía uno con veinte me mudé a Budapest, donde me quedé hasta alcanzar uno con veintiuno. Allí frecuenté fervientemente numerosos parques infantiles y por mi carácter soñador y malicioso llamé desagradablemente la atención. A una altura de aproximadamente uno con cincuenta y dos se despertó en mí el Eros, aunque sin que me supusiera ningún transtorno especial: mi amor por la política hacía tiempo que existía. Mi interés por el arte, y en especial por las bellas letras, dio señales de vida relativamente tarde –cuando medía alrededor de uno setenta–, si bien a partir del uno setenta y nueve se convirtió en un verdadero afán, eso sí, tampoco irresistible, aunque ahí estaba. Cuando estalló la guerra mundial , yo ya medía uno con sesenta y siete, y cuando terminó, uno con ochenta: me disparé rápidamente durante la guerra. Con uno con sesenta y nueve tuve mi primera experiencia sexual propiamente dicha... Y hoy, cuando hace tiempo que he dejado de crecer (uno con ochenta y cuatro), recuerdo con una tierna nostalgia aquellos días cargados de presentimientos. Ya sólo crezco a lo ancho, pero desde aquí arriba no puedo informarles de nada más, pues el caso es que aún estoy demasiado cerca de mí.
Horváth se inició a principios de los años veinte en la escritura teatral trabajando para el compositor Siegfried Kallenberg.
A partir de entonces y hasta su muerte desplegó una intensa actividad como escritor: cuentos, dramas, novelas.
Ya instalado en Berlín a partir de 1924, aunque nunca con domicilio fijo (en cuanto podía se escapaba a la residencia veraniega de sus padres en el pueblo bávaro de Murnau), empezó a escribir sus Cuentos deportivos, que de alguna forma y siguiendo la gran tradición periodística danubiana, se adelantaron a los del norteamericano Ring Lardner.
A raíz de sus éxitos teatrales firmó un contrato con la editorial Ullstein, hasta que en 1933 un pésimo cómico de taberna se hizo con la cancillería alemana.
Perseguido por la Sturmabteilung, las unidades paramilitares de los nacionalsocialistas, que incluso registraron la casa de sus padres, se vió obligado a abandonar el país y emigrar a Viena por temor a las represalias de los camisas pardas (Horváth también les tenía miedo a los automóviles y a los ascensores).
Un año después volvió a Berlín con pasaporte húngaro y trató de ganarse la vida como negro en el cine (Fue mi momento moralmente más bajo. Aún conservo una corbata de entonces). Poco a poco su situación económica, debido al boicot teatral, empeoró hasta hacerse insostenible, mientras que se estaba a punto de levantar el telón del segundo acto de la Gran Guerra.
Después del Anschluss de 1938 el autor hizo un peregrinaje por las ciudades de Budapest, Praga, Trieste, Venecia, Milán, Zürich hasta llegar a París, punto final de su huída.
[Horváth, viajero incansable, también dejó constancia de su paso por Barcelona. El 22 de septiembre de 1929 (poco más de un mes antes del jueves negro de la bolsa norteamericana) Horváth le escribía una postal desde la ciudad Condal a una amiga:
Ya estoy aquí. La ciudad no es especialmente agradable, aunque la cerveza es parecida a la bávara. Acabo de asistir a una corrida de toros. Denigrante. Asquerosa. En dos días vuelvo de nuevo a Marsella. Eso sí que es otra cosa. Con cariño, Ödon.]
Tras almorzar con el realizador Robert Siodmak (interesado en adaptar a la pantalla su novela "Juventud sin dios") y a punto de embarcarse en la aventura norteamericana, una rama arrojada desde un árbol por una tormenta que se abatió sobre los Campos Elíseos terminó con su vida el 1 de junio de 1938.
Sus novelas "Juventud sin dios" y "Un hijo de nuestro tiempo", escritas poco antes de morir y publicadas en una editorial holandesa, son dos grandes novelas negras europeas, de estilo duro, desnudas, que dejan en pañales a muchos autores empeñados en sacar a la luz las miserias de todo totalitarismo.
Horváth siempre tuvo la muerte muy presente, que nos amenaza agazapada en cualquier esquina, y el hecho de que Alemania está constituida, como el resto de estados europeos, de un noventa por ciento de completos y frustrados pequeñoburgueses (aquí entronca con Baudelaire y Nabokov en la consideración del moderno filisteo)
(...) Si, por lo tanto, quiero describir a este pueblo, naturalmente no debo describir sólo este diez por ciento, sino que, como fiel cronista de mi tiempo, debo describir a la gran masa (en eso difiere de Nabokov). ¡A toda Alemania!
A pesar de la crudeza de su obra, a Horváth siempre le encantaron las historias de fantasmas. Sin embargo, no era nada nostálgico. Dos sentencias suyas le alejan en ese sentido de su contemporáneo Joseph Roth:
Me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de sentimentalismos innecesarios y Lo que está podrido, tiene que derrumbarse.
Maximilian von Czernowitz
6 comentarios:
me aburre
¿¿Cómo era aquello de echar perlas a....??
Rübezahl
Un tema distinto, excelentemente tratado. Quizás nos conviene interesarnos un poco más por otras culturas (¡en máyúsculas!) que deberían sernos más familiares que las que nos quiere acercar la tan cacareada diversidad cultural. Invito al diálogo sobre este tema.. ¡Adelante los valientes!
Un sobreviviente sorprendido
¡Qué interesante!
¡Vivan los relatos sobre la Europa "real"!
Comparto al cien por cien la opinión del sobreviviente sorprendido. ¿Qué sabemos de Centroeuropa? A penas nada: con dificultad conocemos sus capitales, su clima, las sacudidas de sus regímenes políticos, la irrupción de guerras fugaces: Transilvania está en Rumanía y probablemente allí se homenajea al Conde Dracula. Descubrimos cosas de estos países a cuentagotas, pero, ¿cómo se corteja a una bielorrusa? ¿acaso existe Bielorrusia, o es una fabulación de periodistas creativos? ¡qué lejos estamos de la Europa "con mayúsculas"! ¡qué poco sabemos de la vida de las húngaras, rumanos, búlgaros, estonios, letonios. ¿A qué se dedican un domingo por la tarde? ¿qué comen? ¿sólo pepinillos?
Hace un mes murió el dictador de Turcmenistán: ¡rompámonos la cabeza y citemos el nombre de dos ilustres turcomanos! Imposible.
Este artículo nos ha descubierto, entre otras cosas, que el humor húngaro es irónico y fino, juego con el absurdo, sobrio, en definitiva parecido al inglés.
Felicidades Max por alumbrarnos con tu historia, que además está cojonudamente escrita.
benito badoglio
¿qué cerveza debió beber en Barcelona el año 29?
ahora me tomaría una de esas…
Pues no sé qué tiene de aburrido.
A mi me ha parecido muy bien encontrado y muy curioso. Ivo, gracias por acercarnos a personajes con vidas tan interesantes y a veces tan desconocidas.
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