viernes, septiembre 28, 2007

Matar a un ruiseñor



Alabado sea Mel Tormé.
Gracias a Dios nos dejó antes de la debacle.

¿Qué pensaría un cantante de su categoría de concursos como “Operación Triunfo”, o de la penosa caterva de intérpretes que ocupan hoy en día los primeros puestos de las listas de éxitos?

La más pura banalización del canto, la producción en masa de aspirantes a marionetas, la fama por la fama, el aborregamiento, la total y completa falta de creatividad, la interpretación clónica carente de alma, el sonido de hilo musical.

Por fortuna, siempre podremos echar la vista atrás.
Benditos aquellos tiempos no tan lejanos en los que la música salía de un corazón, una garganta y un instrumento.

Mil gracias, Mel.

¡Feliz fin de semana!

miércoles, septiembre 26, 2007

Hotel Edén



Para Juan Abreu


Querido Gregor,

desde que te fuiste para siempre nuestro pequeño reino de taifas ha alcanzado realmente momentos esperpénticos.

Reconozco que es un tema que me obsesiona, pero es que la situación ha llegado a tal punto que esta obsesión corre el peligro de convertirse en una paranoia.
¿Recuerdas esas conferencias que impartía un periodista polaco sobre ese pequeño país africano tan pequeño, que en muchos libros está señalado con un insignificante punto?

No hace tantos años ese país hermoso, habitado por una sola tribu, se entregó a una orgía de violencia y sangre, una verdadera carnicería.
Despojaron a la palabra de la verdad y desde hace años, como por estos lares dentro de no mucho, ahora se utiliza como piedra para afilar los machetes.

Nuestros padres y abuelos ya pasaron por una guerra aquí.

Un hombre muy sabio y discreto, nacido en 1914 (se refuerza mi convicción de que las personas nacidas antes del 14 eran de otra pasta), ya dijo que “los locales llegaron a la guerra porque vivieron previamente un proceso de politización en el tiempo precedente”.

Llamaba politización a “aquella actitud que lleva a conceder absoluta primacía al partidismo político sobre todo otro valor social o político. Quienes actúan según ella, juzgan de las personas y de las cosas en función de la adscripción política que le atribuyen. Es una actitud que encierra un fatal maniqueísmo: buenos – los míos – frente a malos - los otros”.

Uno de los hermanos Ringold, el que no se casó con una actriz, ya dejó dicho que “en la sociedad humana, el pensar es la mayor transgresión de todas; el pensamiento crítico es la subversión definitiva”.
La tribu se ha aborregado y nuestros líderes son mezquinos e insípidos.

Son, siguiendo a Ringold, “políticos empeñados en una venganza personal que encuentran en la obsesión nacional el medio de ajustar cuentas”.

Como ves no soy nada optimista y sólo me consuela tontamente la idea de Nabokov cuidando de su familia y creando (por este orden) en el Berlín de los años 30, sin que los nacionalsocialistas de uno y otro bando consiguieran apartarle de su camino.

Sin embargo, uno nunca está lo suficientemente agradecido cuando, sin esperarlo, cae en sus manos un libro como “Edén. Vida imaginada”, de Alejandro Rossi.
De su autor ya me había hablado Juan Villoro, tu mejor traductor al español.

Estoy convencido de que viene a ser tu doble americano.

Nacido en Florencia en 1932, de padre italiano y madre venezolana, creció en Buenos Aires, estudió en Inglaterra y en 1951 fue a parar a México, país que le adoptó como a ese gran historiador francés, Jean Meyer.

Villoro, siguiendo los pasos del praguense Urzidil, lo llama muy acertadamente un Hinternational, alguien detrás de las naciones.

Este apátrida dispara en su última novela los recuerdos de Alejandro, su protagonista, como el mismo autor un escritor cosmopolita, filósofo del lenguaje y gran conversador, regresando a cada una de las patrias de su infancia: la Italia del origen, la Venezuela omnipresente y la Argentina que lo formó (sobre todo el Hotel Edén).
Rodeado de mujeres sensuales, inteligentes y que nunca olvidan la risa, verá que nada se puede dar por sentado: ni la patria, ni la lengua, ni la raza, ni la familia. Como afirma uno de sus personajes, “sólo un fanático tiene las cosas claras”.

Alejandro Rossi, a pesar de que nació en los años treinta, es todo un caballero.

Leyéndole, uno advierte enseguida que está ante una raza en extinción (que no da el dinero, pero sí el saber vivir y estar, que no da la cultura, pero sí la civilización), la del verdadero talante liberal.

Él mismo escribe al respecto: “La convicción de que un error intelectual no supone necesariamente un defecto moral”. De esa premisa, si aceptada con plena lealtad, se desprende la verdadera tolerancia intelectual, tan distinta – por supuesto – a la aceptación cobarde o a la incapacidad crítica.

Habrá que buscarse un hotel como el de Rossi (o el de Nabokov) para huir de aquí.

Con añoranza se despide de ti,

Max

lunes, septiembre 24, 2007

El buen escocés



Los muchachos de AC/DC irrumpieron en casa de mis padres en el 79, año en que mi hermano mayor, Mijail von Lev, se hizo con el disco Highway to Hell.

Posiblemente esa adquisición fue una de las que más le han marcado en esta vida.

Poco importaba que mi señor padre pusiera el grito en el cielo cada vez que sonaba a todo trapo (prácticamente a todas horas) la voz chillona y aguardentosa de portera escocesa de Bon Scott.

Tampoco le quitó el sueño que en la escuela (un tanto pija) le pudieran tachar de macarra, subversivo y antisocial.
La banda australiana era para quinquis (esa especie en extinción, visto lo que corre por Barcelona hasta se les echa de menos) y curriquis de extrarradio.
En su colegio lo que se estilaba eran moñardadas sónicas del tipo Queen, Elton John, Genesis, Christopher Cross, Supertramp y Barry Manilow.

En cuestión de semanas se hizo con toda la discografía del grupo y arrastró en su fervor a mi hermano Max, a quien rebautizaron en honor al minúsculo guitarra solista de la formación con el nombre de Angus.
Pasado tanto tiempo todavía tiene amigos que le llaman así.

En el interín, Mijail no ha dejado de comprar material relacionado con el conjunto y no pasa un solo día en que no lo reivindique como el mejor de todos los tiempos (siempre con el beneplácito de los Beatles, cuarteto al que también profesa adoración mariana).

Hasta hace unos años la simple mención del grupo o la escucha de un solo tema de los hermanos Young me provocaba urticaria.

Esa sección rítmica ultramachacona, esos berridos impertinente, esos temas interminables, esos guitarrazos, esas jetas, esas chollas, esas pintas de reyes de los recreativos, esos tatuajes talegueros, ese pecho lobo, esas poses de asiduos a los billares más cochambrosos, esas camisetas prietas sin mangas…

Poco a poco, y ante el desolador panorama musical de la últimas décadas, he ido cambiando de opinión.
Algunas de sus composiciones son impresionantes.
Energía, diversión y gamberrismo en estado puro.

Al contrario de lo que mucha gente cree, su sonido no tiene nada de jevata, es auténtico rhythm & blues, rock & roll del bueno, genuino Chuck Berry.

Como el buen vino, han ganado con el tiempo.

A medida que envejecen se me antojan más simpáticos, encantadores y accesibles, totalmente ajenos a las poses y caprichos de cualquier estrella del rock al uso.

A pesar de haber ganado dinero a punta pala y de llevar lustros reventando estadios, cuando no están de gira se dedican a tocar blues rural, pintar marinas, beber té y cerveza en el porche de sus casas (nada de mansiones ultrahorteras) o a coleccionar trenes en miniatura.

Sirvan estos tres videos como homenaje al malogrado Sr. Scott (El nueve de julio abrió sus ojos Ronald Belford, pero él bebe cincuenta Campari, y se tendió para cerrarlos), un tipo con el que hubiera resultado de lo más agradable irse a tomar unas (bastantes) copas (siempre que hubiera pagado él, claro).

De primero, una actuación televisiva de The Valentines (apadrinados por los Easybeats).
No se pierdan al bueno de Bon marcándose unos coros.
Sobrecoge lo increíblemente feos que son (¿Los gritos histéricos de las féminas son de espanto?), vaya caretos, ¿y que me dicen de esa aptitud para el baile?
O tienen algún problema motriz o van colocados hasta el tuétano, fumados hasta las cejas.
Los tremebundos trajes tampoco tienen desperdicio, por no hablar de los peinados estilo Príncipe Valiente y del ballet del programa.
¡Espeluznante!

La segunda proyección no requiere presentación.
AC/DC en su mejor época.
¡Alto voltaje! ¡Derrroche de energía!

De postre, la última aparición del cantante (en el programa Aplauso, ¿lo recuerdan?) antes de diñarla.
Lo calentito y a gusto que debe estar el menda en el infierno.





viernes, septiembre 21, 2007

Banderas de nuestros padres



Sigo sin salir de mi asombro por la reacciones (algunas de ellas bastante enardecidas) que ha suscitado el artículo Cuatro barrotes que colgué el pasado diez de septiembre.

Por más que releo el escrito de Arcadi Espada (con el que muchas veces no estoy de acuerdo, en muchas ocasiones tampoco estoy de acuerdo conmigo mismo), no entiendo como ha podido generar tanta polémica.

Pone en jaque a un puñado de políticos, arremete contra, la mayoría de las veces, ridícula manera de conducirse de nuestros mandatarios y se cachondea de procederes trasnochados y esperpénticos (ofrendas florales, loa a la bandera, fanfarrias desgranando himnos, manos en el corazón y ojos anegados en lágrimas).

La intención del mismo (no es más que una opinión, y como tal totalmente subjetiva) es equiparable a la meta que persigue el equipo de Polònia, uno de los mejores programas de sátira política de la televisión pública catalana realizados en este país (no deja de ser otra opinión).
Estarán de acuerdo conmigo en que tachar a este espacio de nacionalista español es un auténtico despropósito.

Es triste constatar que cuando se toca el tema nación (nacionalidad, país, Estado, Reino o lo que a ustedes más les apetezca) se destapa la caja de los truenos.

Afloran la crispación, el razonamiento monolítico, la riña y el desatino (no es el caso de las exégesis de los lectores de este blog, todas, salvo algunas deshonrosas excepciones, acertadas y muy mesuradas).

Cuando sale a la luz la cuestión Cataluña-España ( o viceversa) surge un sentimiento cainita y la forzosa obligación de tomar partido y sumarse a las filas de los únicos (por desgracia) dos bandos existentes.

Me importan un bledo (a la vez que me dan cierto canguelo) las enseñas, estandartes, blasones, oriflamas, cánticos patrióticos, epinicios, gestas nacionales, marchas triunfales, jubileos, reconquistas, centenarios y milenarios.

Tres son multitud, a la vista de una turba suelo poner los pies en polvorosa (siempre hay algún plomo, panfleto en mano, a la caza de adeptos).

No creo en más banderas que las que ponen sobreaviso en la playa (suelo estar en el chiringuito, el agua ni tocarla) o la pirata cuando la ondea Errol Flynn.

Muy útil resulta también la gay, le evita a uno acabar tomándose una cervecita rodeado de drag queens y hombres sensibles aficionados a la fotodepilación.

Para muchos resulta inadmisible e inconcebible que alguien no se sienta identificado ni se conmueva con ningún color.

Sucede muy a menudo, el personal se asombra cuando afirmas sin tapujos que detestas el fútbol (la verdad, me resulta soporífero ver corretear por un prado a tiarrones en calzón corto), pero lo que se niegan a aceptar es que a pesar de que no te guste ese deporte no seas seguidor de ningún conjunto.

Hombre, eso no cuela, de algún equipo has de ser.
Pues mire usted, de gustarme la práctica del balompié, me identificaría con la formación que menos balones tire fuera, no impepinablemente con la de mi población de origen.

No se salga por la tangente, no vaya de apátrida descreído porque no se lo traga nadie.
De nuevo el pensamiento único.
O rojo o azul, el gris (en todos sus matices) resulta francamente inadmisible.

Se me antojan igual de integristas determinados ceremoniales que se repiten año tras año en la Diada (¿No les parecería más civilizado que la fiesta nacional se celebrara el 23 de abril en que se reparten libros y rosas y no en un día que conmemora un brutal a la vez que innecesario baño de sangre?) que la inmensa bandera española que preside una céntrica plaza de Madrid o las negras procesiones e interminables desfiles que sufren los habitantes de la capital (de España, del Estado Español o de lo que menos coraje les de).

Tan cabestra resulta (en plena democracia) la quema de fotografías de los Reyes como el secuestro de una revista satírica por supuestas ofensas a la Corona (y no escondo mi condición de monárquico).

Tan estúpido es lamentarse continuamente de lo acontecido hace casi 300 años como el boicot a los productos catalanes (ustedes se lo pierden) o la indignación que despertó en su momento la “indebida expropiación” de los papeles de Salamanca (al César lo que es del César).

Son igual de reprobables las agresiones de los Maulets que la persecución y censura a la que se han visto sometidos algunos artistas y escritores por sus declaraciones (veáse el caso, entre muchos otros, de Pepe Rubianes, Juan Abreu o Leo Bassi).

Igual de imbécil (y muy poco práctico) resulta perder todo una jornada de pleno parlamentario probándose camisetas que tirarse los trastos a la cabeza en el Congreso por baladíes cuestiones identitarias (a ver quien la suelta más gorda) deformadas por años de revanchismo (de un lado y del otro).

El discurso patriótico (económico, romántico, encubierto, suavizado, de conveniencia, hipócrita, de izquierdas, centrífugo, derechón, centrípeto o de rajo y tripa) es siempre el mismo.

Me merecen tan poca confianza Doña Esperanza Aguirre (repartidora de mástiles), el Señor Carod Rovira (monísimo con corona de espinas en viaje oficial a Tierra Santa), Angelito Acebes (amante de las Flechas y Pelayos y Legionario de Cristo; lo bien que se llevan nacionalismo y religión, cuanto nacionalista furibundo ha pasado por el seminario), Don Rodríguez Ibarra (Juan Carlos y cierra, España) que Artur Mas (hasta hace muy poco Arturo, incorporado al catalanismo, rebautizado Artur, cuando cobró su primer sueldo de la Generalitat).

Ya lo dijo en su tiempo el gran poeta Miguel Hernández refiriéndose a la Guerra Civil:
“Esto no es una contienda, es un ajuste de cuentas”.

Y aunque ahora estamos algo más civilizados (en años de democracia sólo han asesinado E.T.A. o los G.A.L.), ese espíritu prevalece.

Parafraseando a Juan Marsé, cuando me hablan de banderas me llevo la mano a la cartera.

Al respecto y para finalizar, un fragmento de diálogo de esa joya que es Casablanca:

Mayor Strasser (Conrad Veidt) dirigiéndose a Rick Blaine (Humphrey Bogart):

STRASSER: Usted enfatiza lo de "Tercer Reich", ¿acaso espera otro?
RENAULT: Personalmente, me adaptaré a lo que venga.
STRASSER: ¿Cuál es su nacionalidad?
RICK: Soy borracho.


¡Feliz fin de semana!

miércoles, septiembre 19, 2007

Alguien cantó



Normalmente solemos asociar la figura del crooner (cantante que interpreta melodías con un estilo suave) a la de un intérprete, generalmente italomericano, mujeriego, trompa y amigo de las malas compañías.

Gran Bretaña también ha dado al mundo excelentes baladistas.
El estilo de los británicos dista bastante del de sus homólogos americanos.

El suyo es un proceder más caballeroso, sedoso y sutil, algo alejado de los ademanes algo canallas y chulescos de los yanquis.

Matt Monro (muy popular en nuestro país por sus temas en castellano, en casi todas las casas de finales de los sesenta y principios de los sesenta se pinchaban sus singles) es,
en mi modesta opinión, el monarca de los crooners ingleses.

Imposible resistirse a su voz excepcional, tersa y brillante, en ocasiones muy parecida a la de su admirado Nat King Cole.

A lo largo de la década prodigiosa grabó una serie de discos excepcionales plagados de canciones donde todo es elegante, apacible y placentero.

Tonadas que te sumergen en un mundo de mujeres exquisitas, señores con modales, chaquetas de tweed, combinados a media tarde, agradables paseos en convertibles, trajes de noche y cenas a la luz de las velas.
Un universo refinado donde la fealdad, la ordinariez, el rencor, la miseria moral, el cutrerío y la mala leche no tienen cabida.

Hay días en los que uno desearía vivir en el fabuloso país de Mr. Monro.



viernes, septiembre 14, 2007

Fricandó



El otoño es una estación ideal para la cocina, llega el fresco, y después de meses a base platos fríos, el cuerpo pide preparaciones más sustanciosas.

A pesar de que el calor se eterniza, vivimos desde hace unos años una especie de primavera estival tropical que empieza en marzo y se prolonga hasta noviembre, les propongo esta receta de fricandó, excelente guiso de origen francés totalmente integrado en la cocina catalana.

Para su elaboración se emplea carne de ternera (preferiblemente de la parte de la falda) cortada en filetes muy finos.

Además de la ternera, el ingrediente principal son las setas desecadas.
Lo más común es utilizar “moixernons” (seta de primavera o seta de San Jorge), pero también se pueden emplear “cama-secs” (senderuelas).

Si lo prefiere, puede elaborar el plato con cualquier tipo de seta fresca, en conserva o con champiñones (la opción más económica), aunque el hongo seco le confiere un aroma muy especial.
Si utiliza este tipo de setas, no olvide rehidratarlas (dejándolas en agua durante una media hora) antes de añadirlas a la cazuela.

Remataremos el plato con una picada, preparación elaborada en un mortero que la cocina catalana incorpora prácticamente a todos sus guisos.

Ingredientes para 4 personas

800 g de falda de ternera (en filetes muy finos)
2 cebollas (finamente picadas)
1 zanahoria (finamente picada)
2 tomates maduros (rallados, puede sustituirlos por 100 g de tomate triturado)
200 g de setas (preferiblemente “moixernons” o “cama-secs”)
1 vaso de vino blanco
1 vaso de caldo de carne (de pastilla)
1 bouquet de hierbas (se encuentra en cualquier supermercado en la sección de las especias y condimentos)
Aceite de oliva
Harina
Pimienta blanca (al gusto)
Sal

Para la picada
2 dientes de ajo
1 rebanada de pan frito
50 g de almendras tostadas y peladas
50 g de avellanas tostadas y peladas

Salpimiente la carne y enharínela.
Vierta un chorro de aceite de oliva en una cazuela de barro o en una sartén.
Dórela ligeramente (incorporando la carne en pequeñas tandas) y retírela.

Al rebozar la carne con harina y freírla con aceite es bastante frecuente que éste se vaya quemando.
Aunque salga un poco más caro, es recomendable cambiar el aceite para que el guiso no adquiera sabor a quemado.

Poche en el mismo aceite la cebolla a fuego lento.
Al cabo de 5 minutos añada la zanahoria y el tomate y sofría a fuego lento durante un cuarto de hora. Vierta el vino, deje reducir, incorpore el caldo de carne, el bouquet de hierbas y los filetes de ternera.
Tape y cueza a fuego bajo durante una media hora.
Añada las setas, transcurrido un cuarto de hora, agregue la picada.

Preparar la picada no reviste ninguna dificultad.
Machaque en un mortero los dientes de ajo (eche una pizca de sal en el fondo del mortero para evitar que salten fuera los ingredientes), el pan frito, las almendras y las avellanas hasta conseguir una pasta homogénea.
Ayúdese también vertiendo un par de cucharadas de agua o del jugo de cocción del fricandó.

Una vez incorporada la picada, cueza durante 10 minutos y apague.
Deje reposar y sirva bien caliente.

Acompáñelo de patatas (cocidas o en puré), de arroz blanco, de puré de castañas o de manzana o de una ensalada de endibias, pera, berros y queso parmesano (alíñela con una vinagreta a base de vinagre de Módena, mostaza y aceite de oliva).

Bon profit!

miércoles, septiembre 12, 2007

Sonata de otoño



El otoño está a la vuelta de la esquina.

Permitan que dé la bienvenida a la mejor de las estaciones con música.
Para ello, nada mejor que esta maravillosa canción de una de las más sobresalientes formaciones de todos los tiempos.

¡Bendito humor inglés!
God save the Kinks!


lunes, septiembre 10, 2007

Cuatro barrotes



Como cada año en estas vísperas se oyen los clarines, cada vez más cansinos y chirriantes, y la obligación de decir estupideces se renueva con la inercia y la impunidad de una fiesta sagrada.

La convocatoria a las masas oprimidas adopta las estrategias de un marqueting que hubiera de aplicarse a un producto de éxito decreciente y cuyos consumidores presentaran un ínfimo nivel técnico, tanto cultural como adquisitivo.
Así los mensajes se ven obligados a la altisonancia y cada vez es más remoto el vínculo que mantienen con la naturaleza del producto anunciado.

¡Es el once de septiembre!

En el diseño previo de la fiesta patronal del próximo martes han destacado el vicepresidente del gobierno de Cataluña y el presidente de su parlamento (autoridades menudas pero sólo por su expresa y cien veces comprobada voluntad de ajustarse a esa dimensión) y el expresidente Pujol, gran estadista.

Carod fue el primero en animar el mustio balcón (aun Barcelona sometida al descuartizamiento infraestructural de este verano inolvidable) pronosticando que en el 2014 los catalanes decidirían sobre su pertenencia al Estado español, mediante sonado e inexorable referéndum.
Lo de menos era la iniciativa en sí. El patetismo estaba en el número redondo. Aprovechando que hace trescientos años de la batalla vamos a pedir la independencia: el mismo mecanismo de aniversario con que el periodismo y los concejales de cultura rescatan tantos cadáveres del fondo de la historia.

¡La patria reducida a tómbola!

Poco después apareció Ernest Benach, el presidente de la cámara, un día que no estaba de viaje.
Aprovechando que recibía a representantes del colectivo gay les dijo que su lucha era la misma que la de los patriotas catalanes.
Raramente un nacionalista se habrá expresado con tanta claridad, y sin saberlo. Porque el objetivo del nacionalismo es imponer una determinada orientación sexual a los ciudadanos; es decir, convertir en pública, organizada y legislable una práctica de la privacidad de los individuos. La cota del atrevimiento intelectual y moral del presidente se observa con nitidez cuando se deduce que lo que en realidad dijo es que homosexual es igual a nacionalista y viceversa.

Por cierto que comprendo perfectamente que los nacionalistas no protestaran, ya que hablaba uno de ellos, y él sabrá.
Pero, ¿y los gays, siempre tan celosos de su independencia y tan atentos a los afanes de instrumentalización política?
¿Ein?, por decirlo en alemán de Chueca.

Por último, Jordi Pujol.
Ha insinuado la conveniencia de una huelga fiscal.
Tampoco debe tomarse como novedad.
Pujol pide una huelga fiscal cada vez que alguien quiere meter a Cataluña (él, sin ir más lejos) en la cárcel.
Cuatro barras, cuatro barrotes. Vísperas.

Pónganme un poco de música que voy a decirlo: Cataluña es una víspera que antecede a nada.

(Coda: “Crema catalana: natillas espesas tostadas por encima con plancha de hierro candente”. Diccionario de la Real Academia Española, avance de la 23 edición).

Arcadi Espada - El Mundo

viernes, septiembre 07, 2007

El asesino de Ferriday



Tres actuaciones estelares de "The Killer".

En la década de los sesenta, en pleno destierro inglés (hipócritas son los yanquies), demostrándole al personal que podía ser tan negro como el carbón, no hay soulman que se le resista.

Casi diez años más tarde, con tremebundo resacón de bourbon encima, encoméndandose y rogándole al Señor para que le librara de la jaqueca guitarra en mano.
¿Dónde diablos ha dejado el piano?
Atención al conmovedor coro de gospel que le acompaña.
Impagable el pelo micro del menda que está al lado de Jerry.

Para finalizar, de nuevo en el Reino Unido, poniendo de manifiesto (cuando Elvis ya era carnaza de las Vegas, purito guiñol, y Gene Vincent había reventado un año antes), que él era el más chuleta, camorrista y baladrón de todos los rockeros de la vieja guardia.

¡Feliz fin de semana!





jueves, septiembre 06, 2007

Esta tierra es mía



Mi madre pisó por primera vez la Costa Brava durante unas vacaciones universitarias.
Aprovechó la invitación de una compañera de estudios para abandonar temporalmente su neblinoso exilio alemán.

Corría el verano del 60 cuando se personó en el domicilio de los padres de su amiga, un lujoso piso sito en la calle Copérnico.
Como era costumbre en la época, el padre (director de la clínica Platón), los hijos mayores y parte del servicio se habían quedado en Barcelona; mientras que la madre, las hijas, los más pequeños y algunas criadas pasaban el estío en la casa que la familia tenía en La Fosca (una playa cercana a Palamós).
Uno de los hermanos se prestó a llevarla. Llegaron horas más tarde, a bordo de un 600, cruzando estrechas carreteras y sorteando barrancos.

Al acto se enamoró de esa remota zona libre de hordas de veraneantes.
Quedó prendada de su mágica luz, de sus pinedas, encinas y alcornoques centenarios y de sus playas de aguas cristalinas, jurándose a sí misma que un día fijaría su residencia en la zona.

Por aquel entonces era un remoto territorio donde se había afincado más de un ilustre visitante. Familias de la alta burguesía catalana, intelectuales y artistas, vividores o extranjeros que en muchos casos le descubrieron a la gente del lugar lo que tenían pero no valoraban.

Una de las primeras celebridades que se instaló por esos lares fue Madeleine Carroll (actriz número uno del cine británico, una de las rubias gélidas de Hitchcock, protagonista absoluta de 39 escalones, aventurera discreta y nada exhibicionista y enfermera voluntaria durante la Segunda Guerra Mundial).
Se rumorea que fue su buen amigo Woewosky, ex coronel de la guardia del zar, residente en Cap Roig, quien la atrajo por esas tierras del Empordà.

Al principio de la dictadura franquista aparecieron en escena los “Haigas” (según José María Iribarren- los nuevos ricos paletos de la posguerra española cuando iban de compras a los concesionarios: «Yo quiero el coche más grande que haiga») y construyeron sus postineros chalés gracias a la chatarra, el estraperlo y las penurias que pasaban millones de españoles.

Sonado fue el romance que vivieron a principios de la década de los cincuenta Mario Cabré y Ava Gardner durante la filmación en Tossa de Mar de Pandora y el holandés errante, tremendo delirio kitsch.
Reconcomido por los celos se plantó en el rodaje Frank Sinatra (a punto de casarse con la actriz) dispuesto a quebrarle el alma al torero tenorio.

Con la apertura del régimen, el desarrollismo y el turismo masivo cambiaron totalmente la esencia del lugar.
Proliferaron monstruosos edificios, calles mal asfaltadas, pequeños rascacielos rodeados aún de viejas casas que no tardarían en ser vencidas y chiringuitos playeros.
Los pinos fueron sustituidos por jardines rocosos plagados de sauces llorones.

Esa es la Costa Brava que yo conocí cuando mis padres decidieron alquilar un apartamento en Playa de Aro a finales de la década de los setenta.
A pesar del despropósito, cierto destrozo paisajístico (muy distante del asesinato ecológico y especulativo de estos últimos años) y del punto chabacano, recuerdo con mucho cariño esos años de mañanas en la playa bajo sombrillas floreadas, los bares con sillas de bambú que olían a fritanga y bronceador, las carreras en bicicleta junto a los cañaverales, las tardes de paseo y helado y los domingos de pollo a l’ast y siesta prolongada.

Creo que fue en el año ochenta y dos cuando mi madre pudo hacer realidad su sueño.
Una casa propia en un montículo situado entre Sant Feliu de Guíxols y S’Agaró.
Alrededor de la vivienda no había más que unas cuantas edificaciones diseminadas aquí y allá y un discreto bloque de pisos. El resto era todo bosque. Las vistas eran magníficas. Algunos días solía pasar un cabrero con su pequeño rebaño.

Mis progenitores pactaron con otros vecinos adquirir más terreno para evitar que se construyera indiscriminadamente. Se hicieron con varias parcelas y crearon (con muchísimo esfuerzo) un idílico jardín, refugio de todo tipo de plantas, árboles, aves, erizos, ranas, conejos, ratones, gatos, insectos, peces de colores, tortugas, sapos, lagartos y alguna que otra culebra.

De pequeño detestaba que no hubiera un maldito niño con el que jugar.
Me entristecía profundamente el sepulcral silencio y el exceso de naturaleza (no sentía especial atracción por los animales y continúo siendo alérgico a casi cualquier cosa que tenga hojas).
Siendo adolescente evité por todos lo medios pisar ese remanso de paz (para un chaval poco aficionado al campo, al trino de los pajarillos, al deporte y a la vida al aire libre, tenía mucho más encanto la perniciosa y envilecida urbe).

Con los años he aprendido a disfrutar del lugar.
Desgraciadamente el entorno ya no es el mismo. Los antiguos residentes han fallecido o han vuelto a sus países de origen.
Se ha reparcelado y recalificado (con el beneplácito del ayuntamiento), han esquilmado la vegetación y construido sin ton ni son en cualquier rincón. Las panorámicas brillan por su ausencia.

Han arruinado el lugar convirtiéndolo en una mega urbanización para disfrute de auténticos majaderos que pasan el día paseando en sus furgones blindados todoterreno o sentados a la bartola pariendo estupideces delante de sus inmensas piscinas con forma de riñón.
Los parterres son totalmente yermos, alguna brizna de hierba (gracias a Dios ahora fabrican césped artificial, se acabaron los molestos bichos y las plagas), cuatro arbolitos raquíticos y un seto sintético que preserve de las miradas indiscretas y de las aviesas intenciones de los chorizos “nouvinguts” (no se nos vayan a llevar el pantallón de plasma).

Nuestra humilde morada resiste en medio de tanto caserón de hortera de bolera.
Para más inri, desde hace algunos años sufrimos el acoso de logreros, buitres de la peor calaña, que sin cita previa se presentan a cualquier hora preguntando si la casa está en venta.
Se les antoja inconcebible (supongo que nos toman por majaras) disponer de tantos metros cuadrados (maravilloso terreno edificable) y no lucrarse con ello.
No les cabe en la cabeza que alguien se aferre con todas sus fuerzas a la tierra, a un proyecto que ha creado con sus propias manos con el objetivo de disfrutarlo en vida y cedérselo a sus vástagos, y que estos a su vez lo preserven para las generaciones venideras.

La última que irrumpió sin ningún miramiento fue la vecina de enfrente, proba y catalanísima maestra de escuela (no se fíen de alguien que alecciona a la par que recibe insultos o es víctima de agresiones, y todo por un sueldo paupérrimo).
Le sorprendió sobremanera nuestra negativa a vender.

Descendiente de refugiados, nunca he tenido muy claros (me temo que no los tendré nunca) los conceptos de patria y bandera.
Mi nación es allí donde dejo el sombrero y esa casa y su jardín levantados con tanto ahínco.
Sus habitantes, mi familia y amigos.

Jamás dejará de sorprenderme como los buenos patriotas (Cataluña está plagada de ellos) venden impunemente , todo sea por el bien del país, su verdadera tierra al mejor postor.

Y todo por cuatro cochinas perras.

miércoles, septiembre 05, 2007

Tentación



Muchos feroces antinorteamericanos, adalides de la antiglobalización, aficionados a Manu Chao y cómplices de asesinos como Castro, prefieren olvidar que en los años de entreguerras del siglo XX emigrar a Norteamérica suponía una gran tentación.

Europa se había convertido en un reino de taifas (erre que erre seguimos en las mismas) y para un espíritu libre era preferible la libertad que le ofrecía el continente americano (lo que no quita que después se ironizara sobre la ingenuidad de sus habitantes) a la barbarie cartesiana que se gestaba en tierras europeas.

Ese fue el caso del húngaro János Székely, novelista y guionista de Hollywood, típico producto de la monarquía austro-húngara, que tantos talentos no reconocidos legó al mundo.

Nacido el 7 de julio de 1901 en Budapest en el seno de una familia humilde tuvo una infancia dickensiana (y que después trasladó a su novelística): huérfano de padre a los pocos años tuvo que ayudar a su madre a tirar adelante la frágil economía doméstica.

Con quince años ya publicaba poesía, pero los redactores no lo conocían en persona, pues no tenía unos pantalones largos para acudir a las entrevistas (¡cómo ha cambiado el mundo: hoy hasta los obispos van en bermudas!).

De tendencia pacifista y antibélica, con la llegada del almirante Horthy (el único y surrealista caso de un país sin mar con un almirante como caudillo) a Hungría (Hungría pasaba de estar en la cárcel de los pueblos, tal como denominaban los nacionalistas la monarquía danubiana a convertirse en un infierno para los espíritus libres), Székely emigró en 1919 primero a Viena y después a Berlín (la típica ruta de la emigración europea: Viena-Berlín-París-Nueva York).

En los trenes de cercanías de Berlín, donde seguramente se cruzó con el mago ruso Nabokov, escribía sus poemas, relatos y piezas teatrales.
Y en Berlín tomó contacto con la potente industria cinematográfica, firmando el guión para la película Namenlose Helden (Héroes anónimos) de Kurt Bernhardt, protagonizada por la famosa actriz berlinesa Lilli Schoenborn.

En 1928 entró a trabajar para la UFA y escribió guiones para directores como Erich Pommer, Hans Schwarz y Johannes Meyer, hasta que en 1934 lo fichó el mismísimo Ernst Lubitsch y se lo llevó a Hollywood para trabajar en el guión de un película de Frank Borzage, Desire, con Marlene Dietrich y Gary Cooper.

Desde entonces Székely no dejó de viajar entre EE.UU. y Hungría (su madre seguía residiendo en Budapest) hasta que el 29 de abril de 1938, poco después del Anschluss, abandonó Europa y se estableció en Nueva York, donde se casó con la joven actriz húngara Erzsebet Bársony (con la que tuvo una hija, que reside en Suiza).

Székely siguió trabajando para Hollywood desde la costa este e incluso en 1940 consiguió un Oscar al Mejor argumento original por Arise, My Love de Mitchell Leisen, con Claudette Colbert y Ray Milland (Wilder y Brackett firmaron el guión, pero la idea original era de Székely).

En los años cuarenta inició su carrera como novelista bajo el pseudónimo de John Pen (utilizó el de John S. Toldy para los guiones y ello porque, debido a su postura claramente antibélica, temía represalias contra su madre de los camisas negras húngaros).

En 1941 publicó la novela corta The Dynamiters, que después se llamaría You can’t do that to Svoboda, brillante sátira protagonizada por un típico pirado checo (seguramente inspirado en el buen soldado Švejk de Hašek; que me dicen que Acantilado va a recuperar para el lector español en traducción directa del checo) de nombre Svoboda (libertad), que con su verborrea anima el aburrido pueblo bohemio y que lleva un cuarto de siglo esperando en la estación de ferrocarriles (los trenes y Centroeuropa) a que un viajero le encargue que le lleve el equipaje.

Con la entrada en marzo de 1939 de las tropas alemanas en el pueblo el cotarro se animará y nuestro protagonista será acusado de atentar contra el mismísimo Hitler...

Después de esta ácida sátira, que tuvo una adaptación teatral, en 1946 publicó Temptation, su gran proyecto novelístico.

Tentación (cuya traducción al español publicará este mes de noviembre la editorial Lumen) cuenta la historia de Béla, fruto de la aventura pasajera de una campesina húngara a los dieciséis años poco antes de la Primera Guerra Mundial.
A Béla lo cría una arpía que se ocupa de los hijos bastardos del pueblo hasta que, después de iniciarse en los misterios de la vida en la planicie húngara, a los catorce años se traslada a Budapest para vivir con su madre.

Allí entrará a trabajar como botones en un hotel, donde, historia hrabaliana, de día asistirá a la vida disoluta de una burguesía aburrida y de noche a la sórdida vida de los arrabales de la capital húngara.
En el hotel conocerá las tentaciones de la vida y flirteará con los movimientos obreros y con el nazismo (paradojas europeas).

Como botones nos muestra la vida de entreguerras en una de las metrópolis centroeuropeas de la época más apasionantes (junto a Belgrado y Constantinopla).

Finalmente, con dieciocho años se embarca finalmente como polizón en un barco en dirección al continente americano (la idea de Székely era escribir una trilogía, pero la muerte truncó sus planes).

En 1949 Székely huyó con su familia a México, pues los cazadores de brujas de McCarthy lo tenían en su lista negra.

Debido al irrespirable clima político americano Székely decidió volver a Europa, esta vez a Potsdam, contratado por la DEFA (cuando Budapest sufría la invasión de las tropas soviéticas).

Sin embargo, en la Navidad de 1957 cayó gravemente enfermo (ya arrastraba una grave enfermedad de los ojos, por lo que todo se lo dictaba a su mujer) y murió en Berlín el 16 de diciembre de 1958.

Sus cenizas yacen en un cementerio de Budapest.
Como las cenizas de toda esa cultura centroeuropea que se elevaron hacia el cielo por las chimeneas industriales de los fariseos.

Maximilian von Czernowitz

martes, septiembre 04, 2007

Un año de flexiones



Tempus fugit.

Parece que fue ayer, pero ya hace la friolera de un año que Flexiones y reflexiones dio su pistoletazo de salida.

Confío se hayan divertido tanto siguiéndolo como yo haciéndoles partícipes de mis filias y fobias, alegrías, recetas de cocina, mitomanías, reclamaciones y miserias.

Agradecerle encarecidamente a mi querido hermano Max su desinteresada colaboración en forma de magníficos artículos.

Sirvan estas líneas para reivindicar mi deuda con mi compadre Edgar por sus correciones.

Expresarle mi gratitud a mis jefes y compañeros de trabajo por hacer la vista gorda y dejar que escribiera la mayoría de mis artículos en horario laboral.

A ustedes, amigos (este cuaderno de bitácora es el responsable de algunos felices reencuentros con algunos camaradas a los que les había perdido la pista o a los que ya no veía con cierta regularidad), conocidos, saludados, contrarios y discrepantes, muchísimas gracias por su fidelidad y comentarios.

El espectáculo debe continuar.

Un fuerte abrazo,

Ivo von Menzel