viernes, febrero 29, 2008

Doña Cuaresma



No hay plato más apropiado para estas fechas que el potaje de vigilia, caído en desgracia por prejuicios anticlericales (que quien suscribe comparte) que nada tienen que ver con la gastronomía.

Potaje de vigilia

Ingredientes para 4 personas
500 g de bacalao troceado (preferiblemente la parte del lomo)
500 g de garbanzos hervidos de la mejor calidad
1 manojo de espinacas o acelgas limpias y troceadas (puede utilizar las que venden envasadas)
2 cebollas medianas (finamente picadas)
3 dientes de ajo (finamente picados)
150 g de tomate triturado
2 hojas de laurel
Aceite de oliva virgen (4 cucharadas soperas)
Pimentón dulce (1 cucharada sopera)
Perejil fresco finamente picado (o seco en frasco)
Sal

Desale el bacalao, dejándolo en remojo durante como mínimo 24 horas, cambiándole el agua tres veces.

Desmíguelo.

Vierta 4 cucharadas soperas de aceite en una olla y poche la cebolla a fuego moderado.

Una vez esté dorada (al cabo de aproximadamente unos 10 minutos), añada el ajo (sofríalo ligeramante), el tomate triturado y las 2 hojas de laurel.

Transcurridos unos 5 minutos, agregue el pimentón, los garbanzos y cubra con agua (dos dedos por encima de las legumbres).

Suba ligeramente el fuego, lleve a ebullición y deje hervir durante un cuarto de hora.
Incorpore el bacalao y las espinacas.

Cueza los ingredientes 10 minutos.

Rectifique el punto de sal, retire las hojas de laurel y espolvoree el perejil sobre la preparación.

Sirva bien caliente acompañado de unas alcachofas al horno o a la brasa, o de alguna ensalada elaborada con hortalizas de primavera: endivias, apio, zanahoria, manzana, pechuga de pavo y nueces (aliñada con yogur, zumo de limón, aceite de oliva y eneldo); tomates cherry, tomate de ensalada, fresones, queso fresco y distintas lechugas (sazone con el vinagre que más le guste, orégano, hojas de albahaca o de menta, aceite de oliva y una pizca de salsa de soja).

Remójelo con un buen Penedés, un turbio gallego, un txakolí, un vinho verde o un rosado portugués.

Vinum bonum laetificat cor hominis.

miércoles, febrero 27, 2008

La noche del cazador



Lillian Diana de Guiche – Lillian Gish -

(14 de octubre de 1893 –
27 de febrero de 1993)

martes, febrero 26, 2008

El boxeador croata



La lectura de la prensa matutina suele aportarle a uno más situaciones grotescas y tragicómicas que de otro tipo, pero durante las últimas semanas las declaraciones en tropel de nuestra clase política sobre la crisis de Kosovo, más que nada le han producido ardor de estómago.

La falta de respeto a los cientos de miles de víctimas de las guerras en la ex Yugoslavia y la impunidad con que sueltan sus estupideces es digna de los mafiosos balcánicos más rastreros y criminales.
Allí, desde que en los años ochenta la clase política empezó a soltar la lengua a ver quién la decía más gorda, la situación se ha ido deteriorando hasta alcanzar extremos inimaginables.
En una situación de normalidad democrática uno no abogaría por la independencia de Kosovo, pero moral y éticamente, después de veinte años de represión por parte del gobierno de Belgrado, ¿qué alternativa quedaba?
Mientras la clase política de Belgrado y la población serbia no sufra la catarsis que sufrió Alemania tras las Segunda Guerra Mundial no hay nada que hacer.

Y aquí nuestros políticos brindan con champán por el sufrimiento que ha supuesto esa independencia, como si quisieran lo mismo para nosotros, la independencia cueste lo que cueste.
Debería existir una fiscalía, como la anticorrupción, que controlase los desmanes hablados de nuestra gente pública, la única manera de evitar que la palabra ponzoñosa desemboque en la acción.
España, que estuvo aislada durante el franquismo de Europa, llega tarde a todas partes.
El gobierno español se opone a la independencia de Kosovo, porque nuestra izquierda divina aún recuerda con añoranza la Yugoslavia de Tito, las cacerías con Caeucescu en Rumanía y los restaurantes moscovitas para los diplomáticos (deberían leer las inminentes memorias del cubano Juan Abreu sobre la isla pavorosa del comandante recién jubilado).
Nuestros políticos nacionalistas la defienden como han defendido la de Montenegro, gobernado por un antiguo jugador de baloncesto que se hizo de oro con el contrabando de tabaco (y de otras cosas).
Más nos valdría ocuparnos de nuestro propio patio, pues ha pasado un cuarto de siglo desde que murió el pequeño gallego y el país está a la cola de muchas cosas.
No serán ellos sin embargo los que me amargen el dulce.

En Sarajevo, como en Zagreb, Belgrado o Pristina, sigue quedando gente con la cabeza bien amueblada.
Y uno siempre vuelve de allí con historias increíbles.
En los Balcanes hace tiempo que practican eso que se llama multiculturalismo, son sociedades que han venido mamando desde hace siglos la mezcla, no es nada nuevo para ellos, y por ello, cuando el americano Wilson (como más adelante el británico Owen con Bosnia) desarrolló un plan para la partición de las naciones prisioneras del antiguo imperio de Francisco José según el modelo francés de una nación y una lengua, sembró ya de cizaña un campo que poco después arrasarían el nazismo y el estalinismo.
La herida moral tardará generaciones en curarse.

Se habla mucho de Kosovo, pero apenas se conoce la realidad de los Balcanes.
Desde hace decenios la emigración albanesa que reside en Zagreb se ha dedicado tradicionalmente a la heladería o la panadería.
Como siempre, corren chistes acerca de su forma de hablar y comportarse, pero como en la antigua monarquía austro-húngara estos chistes y roces sirven (cada vez considerados más políticamente incorrectos) como válvula de escape a una convivencia posible y necesaria.
Son las fricciones diarias entre las diferentes comunidades las más fructíferas, las que hacen que un país sea rico culturalmente.

Como las que existen en la capital croata entre las diferentes comunidades.
A la hora de tomarse un helado no existe ningún problema, son excelentes, pero sí cuando uno quiere adquirir un buen pan centroeuropeo.
En mi última visita ese fue uno de nuestros temas de conversación con un viejo amigo. ¿Dónde se encuentra en Zagreb el mejor pan?
Uno diría que en las panaderías antiguas, que utilizan aún leña para el horno y cuya producción es reducida, es decir, que no encargan el pan congelado a una panificadora.
Sin embargo, no es el caso de la capital croata.
Los albaneses se dedican desde hace decenios a este menester y prácticamente han copado la producción industrial de pan, pero con la particularidad que tienen una forma diferente de hacerlo, pues según mi amigo, el proceso de fermentación es diferente.
El hecho es que en las panaderías el pan que se encuentra digamos que es el albanés.

¿Y dónde puede uno comprar un buen pan de centeno de tipo centroeuropeo?
Pues en los pequeños colmados que aún sobreviven en la ciudad y que, a semejanza de los nuestros, tienen una oferta muy variada.

Estos venden un pan especial de un panadero llamado Mravović, el mejor de la ciudad dicen, y que guarda una historia digna de contar.
Mravović fue un importante boxeador de los pesos medianos con una importante y prometedora carrera.
Ágil y técnico tenía una pegada que era como una coz de caballo.
Estaba predestinado a ser uno de los grandes nombres del boxeo internacional y lo normal es que la guerra, el alcohol o las malas compañías la hicieran peligrar.
Pero no, fue una mujer la que le apartó de la gloria del ring.
Su mujer hacía tiempo que era vegetariana (si has nacido en Eslavonia realmente puedes llegar a odiar la carne) y ya estaba probando la dieta macrobiótica.
Mravović le siguió en su particular camino, pero sin abandonar su carrera de boxeador.

A medida que Mravović dejaba de ingerir sus buenos chuletones, sus litros de leche diarios y todo tipo de hidratos de carbono para pasarse a la dieta macrobiótica, su pegada dejó de ser letal y los rivales se aprovecharon de ello.
Sólo le quedaba una opción: o abandonar a su mujer y volver a su vida de boxeador o abandonar la carrera y seguir a su mujer hasta el infierno.
Ya deben saber qué opción eligió.

Mravović efectuó un reciclaje profesional brutal y aprendió el oficio de panadero, pero utilizando harinas sin aditivos y de origen biológico.
Poco a poco sus panes fueron ganando el mercado y hoy se disputa con los albaneses la venta en la capital croata.
Ignoro si ambas partes han recurrido a actividades mafiosas para afianzarse en el mercado, pero de momento ambos conviven y se ganan la vida.

Mravović ya sólo se pega con la masa de pan.

Maximilian von Czernowitz

viernes, febrero 22, 2008

Alces en Brooklyn



Un Woody Allen aficionado a la caza mayor en estado de gracia.
¡Hilarante!
¡Feliz fin de semana!

miércoles, febrero 20, 2008

Abuelito, dime tú



Las personas de edad avanzada (detesto la palabra anciano) suelen despertar sentimientos encontrados.

Los abonados a la eterna juventud (vía escalpelo y colágeno) menosprecian todo lo relacionado con la senectud.
Su complejo de Peter Pan les impide ver que la vejez, además de achaques, aporta sabiduría (si uno todavía conserva la cabeza en su sitio), serenidad (si dispone de unos ahorrillos) y respetabilidad (si no se cae en manos de una pandilla de adolescentes decerebrados aficionados a la filmación).

Otros, por el contrario, insisten en tratar a todo aquel que haya superado con creces la barrera de los setenta años como si fuera un niño de teta.
A pesar del parecido razonable (alopecia, falta de piezas dentales, arrugas, funciones fisiológicas fuera de control), y de su aparente indefensión, a menudo olvidan que están tratando con una persona adulta.
Un individuo con los mismos anhelos, pulsiones, inquietudes e ilusiones que cualquier hijo de vecino.

No hay estampa más patética que ver a un pobre abuelo preso en un asilo, vejado, tratado como un párvulo, obligado a participar en estúpidos juegos colectivos, a tomarse un Cola Cao con galletas a media tarde (¿Y si prefiere una cerveza o un copazo y unos taquitos de jamón?) y a irse a la cama cuando se pone el sol.

En esta sociedad enferma que antepone la lozanía a cualquier otra cosa, el veterano detenta dos categorías: viejo despojo biodegradable o molesto churumbel achacoso.

Vivir tantos años para esto.

Las cuestiones de edad siempre me han parecido una estupidez.
Me conduzco igual (salvando las obligadas normas de cortesía) y dispenso el mismo trato a un octogenario que a un contemporáneo.
La conversación con ambos puede resultar igual de amena y enriquecedora.

Ayer el comandante Fidel anunció su retiro, noticia un tanto curiosa, pues ya hace tiempo que delegó funciones en su hermano Raúl.
La negra sombra de la revolución castrista todavía se cierne sobre la isla pavorosa.

Marchito y en chándal, seguirá torturando (gracias a la puntera sanidad cubana, le pregunten a Maradona, o a Llamazares) al personal con sus soporíferos artículos para el diario Granma ("No me despido de ustedes. Deseo sólo combatir como un soldado de las ideas. Seguiré escribiendo bajo el título 'Reflexiones del compañero Fidel' ").

Enternecedor.

No les engañe la senilidad.

Igual de conmovedores resultaban Pinochet en su sillita de ruedas, el longevo Videla bajo arresto domiciliario o un decrépito Rudolf Hess como único convicto de la prisión de Spandau.

El hijo de puta tiene fecha de caducidad (como todo en esta vida), pero no edad de jubilación.
Seguirá haciéndole la vida imposible al prójimo hasta el último aliento.
Todo sea para saciar su inagotable sed de supremacía, complacencia y egolatría (todo dictador nace de un profundo complejo de inferioridad).

Tarde o temprano a todo cerdo le llega su San Martín.
Es la hora del cubano.

Dulce agonía, sólo que sea similar a la que sufrió en carnes nuestro "entrañable" Generalísimo (a veces hay justicia divina), me doy por satisfecho.

¡Salud, camarada!

martes, febrero 19, 2008

El hombre que quiso ser Liberty Valance



Lee Marvin
(19 de febrero de 1924-
29 de agosto de 1987)

jueves, febrero 14, 2008

Incorrectísima propuesta artística



Si alguien se toma el trabajo de mirar el diseño del futuro túnel que atravesará la ciudad de Barcelona por el Ensanche con el fin de que el AVE tenga no sólo orificio de entrada sino también de salida, observará que dibuja una delicada herradura al llegar a los cimientos de la Sagrada Familia.
Con extrema educación, el túnel se retrasa unos metros para no poner en peligro el tremendo adminículo.
Lo tengo por un error y propongo que se unan todos los ciudadanos que así lo consideren y hagan llegar su voz a quien corresponda.
El túnel debería pasar lo más cerca posible, por ver de dar con este templo en el suelo de una vez.

Comprendo que no es una propuesta fácil de colar, pero considérese que cuando comencé a trabajar en la Escuela de Arquitectura de esta noble ciudad, hará unos veinte años, los más afamados cerebros exigían la demolición inmediata.
El éxito del mamotreto es reciente, desde que comenzó a dar dinero, pero cuando no lo daba expertos como Oriol Bohigas escribían que, tras la ampliación, era el peor edificio de Gaudí, ensuciaba la imagen del artista y sólo le gustaba a la gente de misa diaria.
¡Y eso era antes de que los propietarios le añadieran la cavernosa obra de Subirachs!

Uno de los mejores críticos artísticos del mundo y autor de un gran libro sobre Barcelona, Robert Hughes, también desea su derribo en todas las entrevistas que concede, pero ya George Orwell, en su homenaje a Cataluña, se lamentaba de que entre los muchos templos quemados por los revolucionarios durante nuestra tan añorada república no figurara el destacado capricho.

Si el túnel del AVE pasara un poco mas cerca, a lo mejor teníamos la suerte de hundir todo lo añadido por los papistas en este desdichado siglo, con los monigotes incluidos.
Quedaría lo que en verdad puede decirse que es de Gaudí, o sea, las viejas torres, las cuales, un poco arregladitas, darían para un hotel, una discoteca y un par de restaurantes a la Adrià.
De ese modo los japoneses podrían seguir usándolo y todos saldríamos ganando.

Se admiten adhesiones.

© Félix de Azúa, El Periódico de Catalunya

martes, febrero 12, 2008

Invitación a la danza



Anteayer borraron de un plumazo una esquirla de nuestra infancia.

Roy Scheider (el tipo más duro del barrio) dejó en el coche patrulla a Popeye Doyle y se largó a pescar tiburones a un barrio más tranquilo.
Su nariz rota (en más de una pelea callejera), cara afilada y marcados pómulos le relegaron a papeles de chuleta, camorrista, rufián y perdonavidas.
Totalmente alejado del estereotipo, el señor Scheider siempre hizo gala de natural simpatía, cordialidad y exquisita educación.

Como actor cinematográfico tuvo la desgracia de nacer algo tarde, su carrera despuntó a principios de los años setenta, cuando el séptimo arte estaba prácticamente muerto y enterrado (en la década de los ochenta los ejecutivos, videocliperos, iluminados, publicistas y artistillas sin oficio le dieron el tiro de gracia).

A pesar de pasarse la vida entre balaceras, a bordo de un helicóptero o persiguiendo a narcotraficantes y descomunales escualos (vas a necesitar un barco más grande), su interpretación más valiente fue la de Joe Gideon, un coreógrafo adicto al trabajo y a todo tipo de sustancias (alter ego del director de la película, Bob Fosse) en Empieza el espectáculo (All that Jazz).

Debo admitir que siento (si obviamos su pavorosa estética camp) una especial predilección por esta cinta, pues gracias a ella me reconcilié con el cine musical.

Desde muy pequeño me enganché a los musicales.
Imposible no doblegarse a semejante despliegue de alegría y optimismo.
Casi todas las películas del género (salvando dos o tres) tienen un final feliz.

Hasta el mismísimo Fred Astaire (nadie ha sabido combinar con tanto acierto e integridad unos calcetines azul celeste o rojo carmesí con traje gris y zapatos de ante), con su aspecto de batracio pelón, acaba consiguiendo que la más guapa del baile caiga rendida en sus brazos.

A muy temprana edad (tendría unos diez, once años) decidí emular a las estrellas del género.
Descartada la parte musical por flagrante ineptitud (lo que se reiría el profesor que impartía música en la escuela si supiera que llevo más de once años "cantando" en un conjunto) me decanté por el zapateo.

Por aquel entonces la danza era terreno abonado para las niñas, los barbilindos del ballet de Aplauso y los boys del Molino.
¿Qué progenitores estaban dispuestos a secundar que su hijo se convirtiera en un remedo de Tony Manero y Leroy de Fama?
Aún así recibí todo el apoyo de mis padres, quienes me animaron a que cultivara tan peculiar afición.
Ni fútbol, ni maquetismo, ni judo; al chavea le había dado por el claqué.
Recuerdo que mi señor padre me acompañó a comprar mis primeros zapatos.
Calzado que adquirí en una pequeña tienda de artículos de baile cercana al Teatro Goya (ahora debe ser un locutorio).

Como niño con zapatos nuevos (valga la redundancia) entré en la academia de baile.
El ser el único chico no me desanimó.
El que no hubiera vestuario masculino no me amilanó.
El que en el colegio se chotearan de mi pasatiempo no me desalentó.
Las constantes burlas no me amedrentaron.
Al año tiré la toalla.
Pasé algunos años sin querer saber nada de mis queridos musicales.

Hasta que un día me di de bruces con el impresionante largometraje de Bob Fosse, además de coreógrafo, soberbio bailarín y director de algunas de las películas más sobresalientes de la década de los 70 (Cabaret, Lenny y la anteriormente mencionada All that jazz).

Si un individuo bragado como Roy Scheider (boxeador, jugador de beisbol y con tres años de servicio en la Fuerza Aérea Estadounidense) no tenía reparos en lucir camisa de lentejuelas, pegar saltos y dar piruetas ¿Como podía afectarme tanto que algunos imbéciles me tacharan de sarasa porque me gustaba dar patadas en el suelo?

Desde entonces no tengo ningún tipo de reparo en admitir que me emociono y lo paso de muerte con Una cara con ángel, Siete novias para siete hermanos, Una cabaña en el cielo, En alas de la danza, Siempre hace buen tiempo, Melodías de Broadway 1955
o la imprescindible Cantando bajo la lluvia (de visión obligada en todos los centros docentes habidos y por haber).

¡Gracias mil, Roy!

¡Maricón el que no baile!

viernes, febrero 08, 2008

Psicodelia made in Spain



¡Torcuato, que grande te veo!
¡Feliz fin de semana!


miércoles, febrero 06, 2008

Por tierras del Ebro



Fiesta Plastiye-yé
Sábado, 9 de febrero - 22 h -
Sala Bass Space
C/ Fernando el Católico, 70
Zaragoza
Entrada: 6 euros.

22:00 h: Dj Cancho (Hide & Seek 60's club)
00:00 h: Actuación de Los Soberanos (con ellos el ye-yé nunca murió)
01:30 h: Dj Juan Carlos Ye-Yé

viernes, febrero 01, 2008

Un gaditano en la Metro



William Clark Gable
(1 de febrero de 1901 -
16 de noviembre de 1960)


Más gaditano que el cazón en adobo (nacido en Cadiz, Ohio), hijo de un severo y adusto emigrante alemán (de ahí su maravillosa maravillosa parquedad interpretativa ¿Cuándo decidirán apostar por la sobriedad en el ademán los "niñatos" de hoy en día?), Clark Gable ingresó en las filas de la Metro (más estrellas que en el cielo, Ars Gratia Artis) a principios de la década de los treinta.

Tras años ejerciendo de extra en películas mudas y de actor aficionado (vocación que compaginaba con los trabajos más diversos), fue descubierto en un pequeño teatro neoyorquino por el gran Lionel Barrymore, quien lo primero que hizo cuando regresó a Los Angeles fue hablarle del intérprete a Irving Thalberg, enfant terrible del estudio cinematográfico.
Su respuesta fue tajante tras la prueba:
¡Pero mira que orejas de murciélago tiene!
El capo de la fábrica de sueños, el despótico Louis B. Mayer, vaticinó con gran acierto que el tipo de manos y pies de mono, enormes sopilllos y dientes picados no llegaría a ninguna parte, pese a todo, contra viento y marea, el de Cádiz fue contratado.

Después de unas sesiones de maquillaje y de chapa y pintura (borraron todo atisbo de su poblado unicejo y le hicieron una piñata nueva) le asignaron pequeños papeles.
Gracias a su magnética presencia, su naturalidad y su voz (de esas que no se olvidan), la popularidad de Gable subió como la espuma.
Su irrupción, y la de sus contemporáneos (Tracy, Bogart, Cagney, Cooper), supuso el fin del ampuloso y un tanto afeminado galán de pelo planchado, embutido en un frac y cubierto de polvos de arroz (de los que el respetable empezaba a estar un tanto harto).

Sólo en el año 31 participó en doce películas, ganándose a pulso (mucho antes que Elvis) el sobrenombre del Rey.
La fórmula de éxito era sencilla, no tenía más que interpretarse a si mismo (el público viene a verme a mí, no a un actor); el calavera, el aventurero, el buscavidas de corazón noble que (en la mayoría de los casos) acaba redimiéndose.

Le asignaron los mejores directores en plantilla y lo emparejaron con las actrices más rutilantes de la época (Joan Crawford, Jean Harlow, Myrna Loy, Loretta Young).
A lo largo del decenio protagonizó un taquillazo tras otro (Amor en venta, Tierra de pasión, Sucedió una noche, El enemigo público nº 1, Mares de China, La llamada de la selva, Rebelión a bordo, San Francisco, Saratoga, Piloto de pruebas).

En el cénit de su gloria (por aquel entonces estaba metido en la piel del Rhett Butler de Lo que el viento se llevó), y tras varios desafortunados enlaces e interminables noches de parranda, decidió sentar la cabeza y contrajo matrimonio con la exquisita Carole Lombard.




La felicidad se truncó cuando la mujer de su vida falleció en un accidente de aviación mientras promocionaba bonos de guerra.

El astro, destrozado, y entre brumas alcohólicas (la niebla no se disiparía hasta su muerte), se alistó en las fuerzas aéreas.
Paradojas del destino, pasó la contienda a bordo de un bombardero que sobrevolaba Alemania (la población civil y sus ancestros germanos estarán eternamente agradecidos a que cada vez que pilotoba iba trompa perdido, ni un solo proyectil dio en el blanco).

Tras su triunfal regreso, luciendo uniforme, aunque visiblemente tocado por la pérdida de su esposa (de la que nunca se repuso), los estragos de la guerra y su desmedida afición a la botella, siguió dedicándose a su oficio con la misma diligencia y profesionalidad.

A pesar de sus fantasmas internos y de que a los operadores cada vez les costaba más disimular sus temblores provocados por su dependencia a las dexedrinas (que tomaba para adelgazar) y su rostro abotargado por el bourbon, amén de los tipos que empezaron a despuntar en la posguerra (Robert Mitchum, Gregory Peck, Kirk Douglas, Burt Lancaster), Gable mantuvo su corona.

A lo largo de los cuarenta y los cincuenta siguió en la cumbre, aunque la calidad de sus películas dejaba bastante que desear (salvo honrosas excepciones como Más allá del Missouri, Mogambo, Cita en Honk Kong, Los implacables y Un rey para cuatro reinas).

Su último papel fue en la maravillosa Vidas rebeldes del indómito John Huston.

Cuenta la leyenda que el intérprete sufrió un fatal infarto por culpa del excesivo esfuerzo que le conllevó rodar algunas secuencias en las que tenía que atrapar unos caballos salvajes a lazo.
Nada más lejos de la realidad, poco tuvieron que ver los potros (de todos es sabido que a todo hijo de vecino lo doblan en este tipo de escenas).

A pesar de las advertencias de los médicos para que abandonara sus hábitos, se limitó a reducir a botella de whisky, dos paquetes de cigarrillos con filtro y diez habanos cubanos diarios (titánico esfuerzo de moderación).
A eso súmenle un rodaje acompañado por los megalómanos Marilyn Monroe y Montgomery Clift en estado de gracia (hasta las cejas de licor, barbitúricos, antidepresivos, neuras, filias y fobias).

Actor de la vieja escuela (obediente y solícito en el plató), siempre cortés con el equipo, fanático de la higiene y atildado en el vestir, le superaron los constantes retrasos de sus compañeros de reparto, sus ataques de histeria, sus caprichos de diva, su dejadez y grosería.
Normal que su corazón dijera basta.

Fue enterrado (por expreso deseo) junto a su amada Carole Lombard.



Tal día como hoy, concretamente en 1894, también abrió su ojo parcheado John Martin Feeney (el maestro John Ford).
Pero eso es otra historia que merece mención aparte.
Cuando los hechos se convierten en leyenda, imprima la leyenda.