La lectura de la prensa matutina suele aportarle a uno más situaciones grotescas y tragicómicas que de otro tipo, pero durante las últimas semanas las declaraciones en tropel de nuestra clase política sobre la crisis de Kosovo, más que nada le han producido ardor de estómago.
La falta de respeto a los cientos de miles de víctimas de las guerras en la ex Yugoslavia y la impunidad con que sueltan sus estupideces es digna de los mafiosos balcánicos más rastreros y criminales.
Allí, desde que en los años ochenta la clase política empezó a soltar la lengua a ver quién la decía más gorda, la situación se ha ido deteriorando hasta alcanzar extremos inimaginables.
En una situación de normalidad democrática uno no abogaría por la independencia de Kosovo, pero moral y éticamente, después de veinte años de represión por parte del gobierno de Belgrado, ¿qué alternativa quedaba?
Mientras la clase política de Belgrado y la población serbia no sufra la catarsis que sufrió Alemania tras las Segunda Guerra Mundial no hay nada que hacer.
Y aquí nuestros políticos brindan con champán por el sufrimiento que ha supuesto esa independencia, como si quisieran lo mismo para nosotros, la independencia cueste lo que cueste.
Debería existir una fiscalía, como la anticorrupción, que controlase los desmanes hablados de nuestra gente pública, la única manera de evitar que la palabra ponzoñosa desemboque en la acción.
España, que estuvo aislada durante el franquismo de Europa, llega tarde a todas partes.
El gobierno español se opone a la independencia de Kosovo, porque nuestra izquierda divina aún recuerda con añoranza la Yugoslavia de Tito, las cacerías con Caeucescu en Rumanía y los restaurantes moscovitas para los diplomáticos (deberían leer las inminentes memorias del cubano Juan Abreu sobre la isla pavorosa del comandante recién jubilado).
Nuestros políticos nacionalistas la defienden como han defendido la de Montenegro, gobernado por un antiguo jugador de baloncesto que se hizo de oro con el contrabando de tabaco (y de otras cosas).
Más nos valdría ocuparnos de nuestro propio patio, pues ha pasado un cuarto de siglo desde que murió el pequeño gallego y el país está a la cola de muchas cosas.
No serán ellos sin embargo los que me amargen el dulce.
En Sarajevo, como en Zagreb, Belgrado o Pristina, sigue quedando gente con la cabeza bien amueblada.
Y uno siempre vuelve de allí con historias increíbles.
En los Balcanes hace tiempo que practican eso que se llama multiculturalismo, son sociedades que han venido mamando desde hace siglos la mezcla, no es nada nuevo para ellos, y por ello, cuando el americano Wilson (como más adelante el británico Owen con Bosnia) desarrolló un plan para la partición de las naciones
prisioneras del antiguo imperio de Francisco José según el modelo francés de una nación y una lengua, sembró ya de cizaña un campo que poco después arrasarían el nazismo y el estalinismo.
La herida moral tardará generaciones en curarse.
Se habla mucho de Kosovo, pero apenas se conoce la realidad de los Balcanes.
Desde hace decenios la emigración albanesa que reside en Zagreb se ha dedicado tradicionalmente a la heladería o la panadería.
Como siempre, corren chistes acerca de su forma de hablar y comportarse, pero como en la antigua monarquía austro-húngara estos chistes y roces sirven (cada vez considerados más políticamente incorrectos) como válvula de escape a una convivencia posible y necesaria.
Son las fricciones diarias entre las diferentes comunidades las más fructíferas, las que hacen que un país sea rico culturalmente.
Como las que existen en la capital croata entre las diferentes comunidades.
A la hora de tomarse un helado no existe ningún problema, son excelentes, pero sí cuando uno quiere adquirir un buen pan centroeuropeo.
En mi última visita ese fue uno de nuestros temas de conversación con un viejo amigo. ¿Dónde se encuentra en Zagreb el mejor pan?
Uno diría que en las panaderías antiguas, que utilizan aún leña para el horno y cuya producción es reducida, es decir, que no encargan el pan congelado a una panificadora.
Sin embargo, no es el caso de la capital croata.
Los albaneses se dedican desde hace decenios a este menester y prácticamente han copado la producción industrial de pan, pero con la particularidad que tienen una forma diferente de hacerlo, pues según mi amigo, el proceso de fermentación es diferente.
El hecho es que en las panaderías el pan que se encuentra digamos que es el albanés.
¿Y dónde puede uno comprar un buen pan de centeno de tipo centroeuropeo?
Pues en los pequeños colmados que aún sobreviven en la ciudad y que, a semejanza de los nuestros, tienen una oferta muy variada.
Estos venden un pan especial de un panadero llamado Mravović, el mejor de la ciudad dicen, y que guarda una historia digna de contar.
Mravović fue un importante boxeador de los pesos medianos con una importante y prometedora carrera.
Ágil y técnico tenía una pegada que era como una coz de caballo.
Estaba predestinado a ser uno de los grandes nombres del boxeo internacional y lo normal es que la guerra, el alcohol o las malas compañías la hicieran peligrar.
Pero no, fue una mujer la que le apartó de la gloria del ring.
Su mujer hacía tiempo que era vegetariana (si has nacido en Eslavonia realmente puedes llegar a odiar la carne) y ya estaba probando la dieta macrobiótica.
Mravović le siguió en su particular camino, pero sin abandonar su carrera de boxeador.
A medida que Mravović dejaba de ingerir sus buenos chuletones, sus litros de leche diarios y todo tipo de hidratos de carbono para pasarse a la dieta macrobiótica, su pegada dejó de ser letal y los rivales se aprovecharon de ello.
Sólo le quedaba una opción: o abandonar a su mujer y volver a su vida de boxeador o abandonar la carrera y seguir a su mujer hasta el infierno.
Ya deben saber qué opción eligió.
Mravović efectuó un reciclaje profesional brutal y aprendió el oficio de panadero, pero utilizando harinas sin aditivos y de origen biológico.
Poco a poco sus panes fueron ganando el mercado y hoy se disputa con los albaneses la venta en la capital croata.
Ignoro si ambas partes han recurrido a actividades mafiosas para afianzarse en el mercado, pero de momento ambos conviven y se ganan la vida.
Mravović ya sólo se pega con la masa de pan.
Maximilian von Czernowitz