Los que tienen que servir
Aprovechando la jornada festiva, que no ha sido del todo tal, pues hemos tenido que trabajar desde casa, mi mujer y yo hemos aprovechado para ir a comer a un sencillo restaurante regentado por unos leoneses que está a un tiro de piedra de casa.
Es uno de esos establecimientos sin pretensiones donde puedes ir a picar algo a cualquier hora del día.
Una casa de comidas (de las que por desgracia quedan cada vez menos en Barcelona) de trato familiar y sustanciosa cocina tradicional.
Al llegar a la entrada, nos ha impedido el acceso al local un fulano apostado en la puerta móvil en mano.
Ha hecho caso omiso a la petición de que por favor se apartara.
Hemos tenido que esperar a que Don Importacia diera por finalizada su imperiosa y crucial llamada para poder entrar.
Por supuesto no se ha disculpado en ningún momento.
Para nuestra desgracia, han acomodado al tipejo y a su acompañante en la mesa de al lado.
Sólo aposentar su fofo trasero en la silla se ha puesto a increpar a todo el personal.
Se ha cebado con especial saña con un camarero chino, quien ha respondido a todos sus insultos con una sonrisa de oreja a oreja, pues únicamente entiende en nuestro idioma lo que consta en el menú.
De muy malos modos, y al grito de pago lo que haga falta (bendito dinero), ha devuelto un chuletón (lo había pedido crudo y para su gusto estaba pasado) a la cocina.
He estado a punto de sugerirle que si quería algo poco hecho, lo mejor que podía hacer era zamparse alguna parte de su repugnante anatomía, pero no he querido aguarle el almuerzo a mi pareja y al resto de parroquianos.
Huelga decir que los modales en la mesa del energúmeno cuellicorto dejaban bastante que desear.
Tras abalanzarse sobre la indefensa pieza de carne (a juzgar por la velocidad a la que la ha devorado ahora sí que debía estar a su gusto), le ha soltado un par de lindezas a su partenaire (una pobre víctima), se ha ventilado un chupito y se ha largado tal como había venido.
Siempre me ha jorobado la gente que trata con desdén a los que le están atendiendo.
De casta le viene al galgo.
Mi abuelo paterno se dedicó al noble oficio de la bandeja durante muchos años, llegando a ser el orgulloso propietario de un restaurante en Andorra.
Un servidor ha pasado muchas horas detrás de una barra, y delante algunas más.
Me pone enfermo que alguien, amparándose en que al fin y al cabo va a pagar la cuenta, veje a los que le están sirviendo.
Señor mío, si algo no está su gusto, reclame, pero siempre con respeto y modales.
Es más, si va a un sitio modesto, sea transigente (no se le pueden pedir peras al olmo, y menos a precios irrisorios), y si no le gusta, no vuelva.
Estoy seguro que el gachó que paga doscientos euros por cubierto no suele quejarse, pues al fin y al cabo no sabe que demonios es esa cosa informe rodeada de babillas y espumarajos que le han puesto en el plato.
Una vez me comentó un querido amigo (quien también ha puesto más de una copa) que ser borde con el señor de la pajarita es totalmente contraproducente.
Suscribo totalmente sus acertadas palabras.
Tóquele usted la moral y se expone a pasar una temporadita en el hospital con un desajuste intestinal de agárrate y no te menees.
No molesten al camarero, ni disparen al pianista.
2 comentarios:
La frase exacta es: No le toques los huevos a alguien que te puede matar. O como mínimo arriesgarte a ingerir cualquiera de sus fluidos corporales. Por eso sonreia el camarero chino. Se imaginan ustedes por donde pasó el chuletón momentos antes de que el patán lo deglutiera?
Pueden sonreir, como el chino.
también hay camareros displicentes, todo sea dicho, sobretodo en esta maldita ciudad. De todos modos, hay que ser educado siempre. A mi me pasa una cosa curiosa. Cuando voy a comprar el periódico, como el vendedor no suele decir nada, el que da las gracias soy yo. Lo compras en Madrid en un quiosco dos días seguidos y casi te invitan a comer. País...
Mis más cordiales saludos,
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