martes, octubre 24, 2006

Los malos de la película

Pertenezco a una familia que ha sufrido en sus propias carnes la persecución y el exilio. Mi bisabuelo salió a escape de Hungría justo antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, temiendo lo que se le echaba encima y posibles represalias por parte de la población serbia.
En el año 46, tras la capitulación de Alemania, mis abuelos, mi madre y mi tío fueron expulsados de Silesia por las tropas soviéticas y polacas.
Debido a mis orígenes, siento un especial interés por todo lo que concierne a los cientos de miles de refugiados que ocasionaron dos devastadoras Guerras Mundiales.

Penuría económica, persecuciones, progroms, conflictos bélicos y la ascensión al poder del partido nacionalsocialista propiciaron que entre principios del pasado siglo y hasta bien entrada la década de los años treinta, infinidad de directores, guionistas, actores y técnicos europeos huyeran a Hollywood en busca de mejores oportunidades.
El cine clásico americano no hubiera sido la sombra de lo que es sin la importantísima contribución de todos esos “exiliados” californianos.

Uno de los primeros en llegar a la Meca del cine fue el genial Erich von Stroheim.
Hijo de un modesto sombrerero judío, desembarcó en 1909 en Nueva York tras haber desertado del ejercito. Desempeñó infinidad de trabajos, hasta que en 1914 llegó a Hollywood donde trabajó como especialista y actor.
Gracias a sus conocimientos militares se convirtió en asesor y ayudante de dirección.
Von Stroheim, cuyo verdadero nombre era Erich Oswald Stroheim, se hizo pasar por aristócrata, cuenta la leyenda que encargó que bordaran un escudo de armas en toda su ropa interior, y alcanzó grandes cotas de popularidad encarnando a despóticos militares prusianos de refinados modales.
Fue el protagonista de una campaña publicitaria donde aparecía su imagen y una frase que rezaba "Este es el hombre al que le gustaría odiar".

En 1919 escribió, dirigió e interpretó su primera película. Harto de recortes presupuestarios, gastaba sumas fabulosas en sus producciones, y de las mutilaciones que sufrían sus obras, de lo mejor del cine mudo producido en Estados Unidos, se trasladó a Francia a mediados de la década de los treinta, donde intervino como actor en numerosas películas sonoras.
Huyendo de Hitler regresó a Nortamérica. En algunas ocasiones interpretó, paradojas de la vida, a oficiales nazis y sádicos doctores alemanes, llegando a encarnar al mismísmo Rommel en la película “Cinco tumbas al Cairo” de su compatriota Billy Wilder.

No es un caso excepcional, otros muchos actores; judíos, disidentes políticos u homosexuales, tuvieron que ponerse en la piel de un acólito del carnicero del pequeño mostacho.
Se me antoja que tuvo que ser muy penoso para un caballero, dueño de una exquisita educación centroeuropea, acostumbrado a actuar en obras de Arthur Schnitzler o en películas expresionistas de los berlineses estudios UFA, tener que interpretar a bandoleros mexicanos, tintoreros chinos o ladinos carteristas de la Casbah, pero debió ser un golpe durísimo, y más en semejantes circunstancias, muchos habían perdido a familiares y amigos en los campos de concentración, tener que hacer de hombre pegado a una esvástica.
En su condición de refugiados no podían rechazar el papel, en cuestión de días hubieran sido sustituidos y despedidos del estudio.

¿Quién no recuerda al gran Conrad Veidt en las botas del brutal Mayor Strasser de “Casablanca”? ¿O a Sig Rumann en la descacharrante “Ser o no ser” o en "Traidor en el infierno"?
Soberbios son también los malvados de Paul Lukas o los torturados personajes de Peter Lorre.

Mención aparte merece Rheinhold Schünzel, guionista y director de la primera versión de “Victor o Victoria”, quien también tuvo que ponerse la gorra y el uniforme negro en varias ocasiones.

Hasta el mísmisimo director Otto Preminger, judío vienés, liberal y acérrimo defensor de la libertad de expresión y de los derechos civiles, encarnó en un par de películas a dos nazis la mar de convincentes.

Duda cabe, la realidad siempre supera a la ficción.

3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Es una historia tremenda, y supongo no debe ser menos las de todos quienes cambian de continente a buscarse la vida. Y parece muy contradictorio por otra parte, que en esa época de la postguerra el cine diese oportunidades a directores o actores sensacionales extranjeros que han dejado películas memorables, y en cambio a día de hoy sólo se promuevan las comedias basurillas, las de acción salvajes (que dejan la caída de las torres gemelas como un juego de niños; si veis la nueva versión de Superman estaréis de acuerdo conmigo), y las que para mi son las más insufribles: las intrigas pretenciosas y pretendidamente inteligentes, tipo "el informe pelícano" que no he visto pero no pienso ver, auténticas y soberanas brasas, para las que se derrochan millones de dólares, cuando por cuatro duros Joseph L. Mankiewicz daba una lección de cine y filmaba una película que verdaderamente te intriga sin que te tengas que forzar a ti mismo: "La huella", con Lawrence Olivier y Michael Caine; y ya que se cita a Manckievich, ¡comparemos el Julio César de este director ( "....... porque Bruto era un hombre honrado") con Gladiador de Ridley Scott! Lo peor que ha sucedido es la extinción de los buenos diálogos! Bueno, perdón por divagar y un abrazo! Emil

2:07 p. m.  
Blogger Ivo von Menzel ha dicho...

Yo también encuentro que casi todo el cine que se hace ahora no vale un pimiento, y estoy de acuerdo contigo en que es una mera cuestión de malos guiones.
Joseph L. Manckiewicz fue de los más grandes, aunque algunas de sus películas se me antojan un tanto plúmbeas y pretenciosas, para mi gusto adolecen de exceso de diálogo y de falta de ritmo ("Cleopatra", un ladrillo; "De repente el último verano"; insoportable, "Mujeres en Venecia", terriblemente aburrida, y ,disparidad de criterios, Emilio, "Julio Cesar".
Las adaptaciones de Shakespeare, es una opinión muy personal, nunca han resultado en pantalla. Puede que el que más cerca haya estado de lograr transportar con maestría el mundo shakespiriano al cine haya sido Orson Welles. Notables son su "Macbeth" y "Campanadas a medianoche", ambas rodadas con cuatro duros. Su "Otelo" me resulta soporífero.
Pero "Julio Cesar" de Joe Manckiewicz me resulta un despropósito, teatro filmado, puro cartón piedra ¿Qué pinta el tarugo de Marlon Brando haciendo de Marco Antonio dándole la réplica a actores del fuste y la clase de James Mason, John Gielgud, Louis Calhern y Deborah Kerr?
"La huella" en cambio, a pesar de su teatralidad, me parece una película fantástica gracias al excelente trabajo de Caine y Olivier.
Te recomiendo encarecidamente "Operación Cicerón", "Carta a tres esposas", "El mundo de George Apley", "El día de los tramposos", "La condesa descalza" y "Eva al desnudo", amén de mi favorita de la filmografía de este director, "El fantasma y la Sra. Muir", una auténtica joya.

Un abrazo,

Ivo

3:06 p. m.  
Blogger Chenker ha dicho...

No se olvide de Dragonwyck, nuevamente con la maravillosa Gene Tierney y con el malvado más elegante, Vincent Price, amén de House of strangers u otra a la que siempre le he tenido cariño: Somewhere in the night. Estas dos últimas con un actor que no está entre los grandes, pero que deja huella, Richard Conte.

10:27 p. m.  

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