domingo, agosto 19, 2007

El buen marxista



A pesar de haber nacido a una edad muy temprana, Julius Henry Marx, alias “Groucho”, pasó a mejor vida 3 días después que el Rey del Rock.
Morirse, pensaba, tenía poco mérito.
Lo único que necesitas es haber vivido lo suficiente.

El tupé de Tupelo reventó en uno de los baños de su mansión, Graceland.
Demasiados años abusando de los fármacos, los refrescos de cola, la panceta curruscante y los sándwiches de plátano y crema de cacahuete.

El país estaba conmocionado, la muerte de Elvis acaparó todos los titulares, el deceso del Sr. Marx pasó totalmente desapercibido.
Las gafotas de espejo y los acampanados fueron más fuertes que su bigote pintado y su cigarro.

Esta última broma del destino debió divertir inmensamente al genial cómico, quien a lo largo de su extensa vida, soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen, albergó serias dudas sobre la vida después de la muerte, la vida antes de la muerte y la muerte durante la vida.

Partiendo de la nada alcance las más altas cimas de la miseria.

Aunque cosechó innumerables éxitos en el teatro, el cine, la radio (la mayoría de las veces en compañía de sus hermanos) y la televisión (condujo durante años el popular programa “Apueste su vida”); fue un personaje muy querido desde los años veinte hasta bien entrada la década de los sesenta, la contracultura se apropió de su imagen, los muchachos de las barbas adoraban sus comentarios vitriólicos y su talante anárquico, muchos jóvenes colgaron su retrato junto al del otro Sr. Marx (el de la barba de verdad); a Groucho la fama y la popularidad le tenían sin cuidado.

¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Que ha hecho la posteridad por mí?

Nunca tomó en serio su carrera como actor, siempre consideró la interpretación como un oficio menor que le procuró el dinero suficiente para cultivar sus verdaderas aficiones: la lectura y la escritura (fue un autor notable), los habanos, las mujeres (Es usted la mujer más bella que he visto en mi vida... lo cual no dice mucho en mi favor), los automóviles, la sopa de ostras y la tarta de queso.

El sueño eterno debió suponer un tremendo alivio para este insomne crónico que aprovechaba sus noches en vela para insultar por teléfono a sus amigos, conocidos, saludados y adversarios.

Durante mis años formativos en el colchón, me entregué a profundas cavilaciones sobre el problema del insomnio.
Al comprender que pronto no quedarían ovejas que contar para todos, intenté el experimento de contar porciones de oveja en lugar del animal entero.

Al contrario de lo que mucha gente pueda creer, Julius era un tipo malhumorado, cascarrabias y tendente a la melancolía, algo habitual entre aquellos que han consagrado su vida a hacer reír al resto de los mortales.
No es fácil ser comediante las veinticuatro horas del día, no confundamos al payaso con el gracioso.

Siempre le pesaron el mísero entorno del barrio que le vio nacer y sus duros años de vodevil, una madre dominante y su escasa formación académica (que suplió con creces como autodidacta).

Se divorció en 3 ocasiones, sobrevivió a 4 de sus hermanos y pasó sus últimos años en compañía de su secretaria, la ex actriz Erin Fleming, contra la que se querellaron los familiares del artista, acusándole de tenerlo sometido administrándole fuertes dosis de tranquilizantes.

Al margen de tan amargo final y de algunas brumas y claroscuros, el más corrosivo y genial humorista de la historia de Hollywood disfrutó de una vida plena y dejó a la posteridad, aparte de una copiosa filmografía, un legado literario en forma de autobiografía en sus escritos, realizados, según él, para cobrarse una parte de su herencia.

Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…


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