Cosas que nunca cambian
Don Julio Camba vino al mundo el 16 de diciembre de 1882 en Vilanova de Arousa, Pontevedra.
Gallego universal de espíritu inquieto, cronista brillante, hombre de mundo, fino humorista, bon vivant, gastrónomo, viajero infatigable y anarquista convencido; es el responsable de algunos de los mejores artículos que ha dado nuestro periodismo.
Optimista irredento, siempre pensó que la vida era demasiado corta para tomarla en serio.
Como corresponsal de El Mundo y del diario ABC, residió en Constantinopla, París, Londres, Nueva York, Berlín y Munich.
Posiblemente , por esta razón se le reconozca como a uno de los críticos más demoledores de nuestro país.
En 1949, debido a unos problemillas de salud, se retiró a la habitación 383 del hotel Palace de Madrid.
Camba nos dejó, con la elegancia y discreción que siempre le caracterizaron, el 28 de febrero de 1962.
“La vida es bella, pero dura poco”.
Transcribo a continuación una de sus crónicas aparecidas en el libro La ciudad automática (reeditado por Espasa Calpe), compendio de artículos sobre los Estados Unidos que escribió a finales de los años veinte y principios de los treinta del pasado siglo.
Hay cosas que no cambian.
La Inquisición y el arroz con pollo
En pleno Broadway, a la altura de la calle 47 o 48, hay un Museo muy divertido de la Inquisición Española.
En él unos cuantos cuadros, vagamente solanescos, representan a nuestros frailes de la época inquisitorial entregados a sus ocupaciones favoritas, tales como colgar ancianos cabeza abajo en los cañones de las chimeneas para curarlos al humo, quemar con hierros candentes los pechos de las adúlteras guapas, asar al espetón niños recién nacidos, etcétera, etc.
El español que llega a Nueva York y se tropieza de buenas a primeras con estos cuadros tira de péñola y envía una carta indignada a los periódicos de Madrid suponiendo que los Estados Unidos nos calumnian deliberadamente; pero no hay tal.
Se trata tan sólo de un barracón como tantos otros dedicados al comercio de emociones rápidas, violentas y económicas.
Ten cents a thrill, esto es, un escalofrío por diez centavos.
Al comienzo de la prohibición, estos barracones substituyeron en cierto modo a las cantinas, y el público iba a buscar en ellos el estímulo que obtenía antes con la copa de gin o el trago de whisky, y aunque hoy se bebe en todas partes, no importa.
Nueva York necesita más emociones cada vez.
A thrill a minute (un estremecimiento por minuto), dicen los anuncios de las películas de gangsters.
Por desgracia, las películas de gangsters no conmueven ya a nadie, tan habituada está aquí la gente, no sólo a la ficción artística, sino a la realidad del crimen industrializado, y si un negociante ha encontrado un filoncito en eso de la Inquisición española, ¿vamos a suponer por ello que los Estados Unidos nos odian?
La especie de que los Estados Unidos nos odian tiene el mismo valor, poco más o menos, que la de que nos adoran, especie está última bastante difundida también.
Todo depende, para adoptar la segunda hipótesis y no la primera, de que el español recién llegado a Nueva York, en vez de tropezarse con los cuadros de la Inquisición, caiga en uno de estos restaurantes que se llaman Granada, Valencia, Chateau Sevilla, Alcázar, etc.
Un tejadillo a la entrada, inspirado en las misiones de California.
Una reja. Una cabeza de ternera, no en la carta, donde estaría indicadísima con un poco de vinagreta, sino en la pared, haciendo de cabeza de toro.
Cacharros de Talavera o de Manises. Panderetas. Castañuelas.
Las camareras, supossed to be morenas, son mulatas para mayor garantía.
Peinetas. Mantillas. Spanish yellow rice (paella valenciana), chile con carne, frijoles negros, gallegan broth o caldo gallego, etcétera, etc.
Todo ello con música de Carmen, ejecutada por una orquesta de negros en traje de luces.
La dueña de uno de estos establecimientos es una americana de origen irlandés, mistress Mac Dougall, quien tiene en Nueva York una cadena de restaurantes exóticos, lo que excusa muchas de sus equivocaciones, como, por ejemplo, la de hacerle tomar a uno fabada asturiana a los acordes del himno búlgaro.
En general, sin embargo, todos estos restaurantes están manejados por griegos, que son aquí los que acaparan el negocio de la alimentación.
Y porque un compatriota de Venizelos le dé a usted un plato nicaragüense en un lugar de Nueva York más o menos californiano, ¿va usted a pensar que España está de moda en los Estados Unidos?
La verdad de todo ello, la triste y dolorosa verdad, es que los Estados Unidos ni nos adoran ni nos odian; que el Museo de la Inquisición española no significa nada, y que para Norteamérica, España resultará siempre una mezcla muy confusa de la Inquisición, el arroz con pollo, los Reyes Católicos, el general sandino, Sevilla, Antofagasta, Salvador de Madariaga, la Pastora Imperio, los toros, la rumba, Cristóbal Colón y don Niceto Alcalá-Zamora.
© Espasa Calpe, S.A.
4 comentarios:
Muy bien Ivo, un tanto a tu favor. Recuperar a Camba tiene mucho mérito. También Josep Pla era un gran admirador de tan ilustre periodista. Ahora sólo queda leerlo con fruición.
De Julio Camba:
La organización de mi trabajo
"Hace unos años yo tenía un amigo alemán que se había empeñado en organizar mi trabajo.
-Usted -me decía- debe alquilar un despacho, comprar unos libros de consulta cuanto más grandes mejor y señalarse unas horas de oficina. Debe usted levantarse todos los días a la misma hora, leer a la misma hora, pensar a la misma hora, escribir a la misma hora.
Es posible: pero yo no podría trabajar nunca en una forma metódica. Yo no puedo leer en una biblioteca, que es, sin embargo, un establecimiento organizado para la lectura. Leo en la cama, que es un mueble hecho para dormir; pero en una biblioteca no leo. Eso de llegar allí y verme ante un libro entre cien personas que están ante otros cien libros me produce un sopor invencible y me transporta inmediatamente al mundo de los sueños. Por eso poseo tan poca erudición. Y así como no puedo leer en la biblioteca donde me entran ganas de fumar, no puedo fumar en un smooking-room, donde me entran ganas de leer, así no puedo tampoco escribir en un escritorio. Mi trabajo, una vez organizado perdería toda espontaneidad. ¡Qué quiere usted! Yo soy un escritor fácil."
"... A mí se me ocurren muchas tonterías, y en cuanto tengo confianza con la gente las digo. La cuestión es pasar el rato, y yo no quiero callarme una tontería que pueda divertirnos a todos para echármelas de hombre serio y sesudo. Mi nombre es Camba, y en el fondo yo soy un buen chico. Tengo un chaqué alemán, pero no tengo pedantería ni afectación ningunas...
...necesito que ustedes no me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma."
J. Camba · ABC, 8 octubre 1913
julio iglesias, gallego universal
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