Adiós, Señor Ford
Glenn Ford nos dejó el pasado 30 de agosto a la edad de 90 años.
Se ha ido otra estrella del viejo Hollywood, y con ella una manera de actuar y de entender la vida que por desgracia ya no volverán.
Perteneció a esa escuela de actores cuyo método interpretativo consistía en ¿Cuál es mi sombrero y por qué puerta entro? Rodar de ocho a cinco y tomarse unas copas con el resto del equipo después de la jornada.
Auténticos profesionales, tíos bregados como Gary Cooper, John Wayne o Clark Gable. No había nada de falso en ellos, ni artificio, ni trampa ni cartón. No necesitaban al maldito Stanislavsky, ni rascarse como monos, ni vivir tres meses recluidos en un centro para autistas, ni engordar cuarenta kilos, ni el soporte de tropecientos mil efectos especiales generados por ordenador para bordar un papel.
Les bastaba con su carisma, su encanto personal y su presencia física.
Llámenme anticuado, mitómano, pero estoy seguro que teniendo cuatro Fords en la manga, las películas de hoy en día serían mucho más humanas, directas y honestas.
Lo más destacable como actor en Glenn Ford es su extrema naturalidad, su apariencia de hombre de la calle, jamás se prestó a la sobreactuación, ni abusó de manierismos y tics.
Regentando un casino vestido de frac, tirando el lazo a una res, persiguiendo al malo de la función o arropando a su hijo, siempre veías en pantalla a la misma persona, a un tipo la mar de accesible, de mirada triste, sonrisa astuta y gesto decidido.
A pesar de su gran valía fue un actor infravalorado por la crítica, puede que se deba a que interpretó bastantes westerns, género denostado por muchísimos críticos, e incomprensiblemente tachado en muchas ocasiones de reaccionario, racista, violento y misógino.
Por desgracia todavía queda mucho intelectualillo de tres al cuarto que cree que una película del Oeste es aquella en la que únicamente salen indios pintados y emplumados como vedettes del Molino, soldados de azul al galope, fulleros con chalequito fantasía y machotes sudados y sin afeitar que vejan a los forasteros obligándoles a beber vasos de leche delante de toda la parroquia del saloon.
Nada más lejos de la realidad, hay películas de singular belleza y sensibilidad enmarcadas en este sacrosanto género, y el amigo Ford apareció en algunos títulos memorables, a destacar, “El tren de las 3:10”, “Jubal”, “Cowboy” o “Cimarrón”.
Como anécdota señalar que fue el actor que ha desenfundado más rápido en la historia del cine, lo hacía en cuatro décimas de segundo.
En 1946, su interpretación del buscavidas Johnny Farrell en “Gilda” le catapultó al estrellato, convirtiéndose en uno de los actores más taquilleros de los años 40, 50, e incluso primeros 60.
Interpretó un sinfín de películas y a partir de los años setenta fue un habitual de la pequeña pantalla. Se casó en tres ocasiones, mantuvo sonados idilios con algunas actrices con las que compartió reparto como Zsa Zsa Gabor, Maria Schell, Hope Lange o Debbie Reynolds.
Fue un excelente jinete y se dedicó a la cría de caballos.
Era poco amigo de fiestas y estrenos, creyente confeso, y al igual que compañeros de su generación como su queridísimo amigo William Holden, Sinatra o Robert Mitchum, le gustaba darle a la botella.
En su extensísima filmografía, fue un trabajador infatigable, encontramos títulos tan destacables como “El desertor del Álamo”, “Deseos Humanos”, “Los sobornados”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, “Chantaje contra una mujer”, “Un gángster para un milagro” o “El noviazgo del padre de Eddie”.
Recibió el Premio Donostia a toda una carrera, cuatro meses después de que falleciera Rita Hayworth, con la que interpretó cinco películas.
Diego Galán, exdirector del certamen explicó al respecto:
Lógicamente, Gilda fue la película que Ford había elegido para ilustrar su homenaje. La muerte de Rita estaba siendo para él un golpe duro que trataba de diluir en alcohol. Acababa de recibir el alta en la clínica donde se recuperaba... parecía una buena oportunidad para reanimar al actor en declive y débil ánimo.
La noche en que apareció en el Teatro Victoria Eugenia, auspiciado por los aplausos y el pícaro juego pirotécnico, Glenn Ford se emocionó hasta las lágrimas que no reprimió en el escenario.
Vivió aquella proyección de ‘Gilda’ en continuos sollozos. Ante la espectacular aparición de Rita en aquel inolvidable plano sobre su cabellera, Glenn Ford lanzó un largo y entrecortado quejido y fue a refugiarse ante las cortinas del palco donde siguió llorando. Era impresionante verle”.
El telediario de la época emitió otras imágenes de su visita a nuestro país que quedaron marcadas a fuego en mi retina.
Vestía rebeca azul cielo, camisa blanca, pantalón beige con vuelta y zapatos de ante, en la mano portaba un maletín donde supongo llevaba una camisa limpia, una botella de bourbon, su biblia, un frasco de brillantina y unos cigarros Virginia.
Cruzó el vestíbulo del hotel con aplomo y firmeza, con un brillo malicioso en la mirada y sonriente, con el mismo coraje y entereza como si cabalgara por un desfiladero infestado de indios.
Eso, querido lector, se llama estilo.
1 comentarios:
una recomendación, Ivo, por si no la has visto: "true grit" de Henry Hathaway, aquí llamada "Valor de ley". Diálogos chispeantes, paisajes inmensos y una escena final para no olvidar nunca. Por cierto, a John Wayne le dieron el oscar, si mal no recuerdo.
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