Septiembre ya no es lo que era
Una de cada tres parejas españolas se separa en septiembre una vez concluidas las vacaciones.
En la mayoría de los casos la ruptura no la provoca el desamor, el hastío, la falta de pasión, la monotonía.
Todo lo contrario, la deriva y el naufragio llegan cuando no se vive sumido en la rutina diaria. A lo largo del año múltiples obligaciones facilitan la más total de las incomunicaciones. Largas jornadas laborales, viajes y cenas de empresa, un sinfín de actividades extralaborales y reuniones sociales evitan que las dos personas que conforman la pareja tengan que verse las caras más de hora y media al día. Al llegar a casa, golpe de microondas y plato precocinado, omnipresente televisión para que no se cree un silencio tenso, cena rápida, gárgaras, mascarilla facial, pijama, musitar un buenas noches y otro día fulminado.
Para los fines de semana uno se reserva para las visitas a las macrosuperficies, las colas en los cines, los estúpidos paseos urbanos en bicicleta, nada más saludable que pedalear detrás de un autobús de línea, y las noches de videoclub y comida a domicilio. Orden, pauta, sistema y método.
Días, semanas y meses pasan en un suspiro, vuelan las hojas del calendario y sin comerlo ni beberlo llegan las temidas vacaciones, sudor frío, prurito y retortijones.
¡Durante dos o tres semanas tendré que pasar las venticuatro horas del día en compañía de la parienta o del maromo!
¿Han visto alguna vez un matrimonio feliz estando de viaje?
A la hora del desayuno, cabizbajos, miran con expresión sombría el café y los bollos y se preguntan que diablos hacen tan lejos de casa. Él añora su tele de plasma y el resumen futbolístico de la jornada, ella sus sesiones de aquagim y las ofertas del IKEA. Él suspira y mira al infinito con expresión de reo camino del cadalso pensando en el día que le espera, ella, aprovechando que el camarero prepara unos zumos de naranja, se mete en el bolso los azucarillos, la reposteria industrial, dos panecillos y tres terrinas de mermelada. No se dirigen la palabra, y si abren la boca todo son reproches.
- ¡Menudo calorazo, es culpa tuya! Me parece un tanto injusto achacarle el cambio climático a una sola persona.
- ¡Manolo, dame el mapa, no te enteras de nada, llevamos más de dos horas dando vueltas en círculo! Hombre, lo razonable es que las vueltas se den en círculo.
- ¡Carmen, hemos comido fatal, como en casa en ningún lado! Es lo que tiene querer comer paella en Heidelberg.
Tres días entre museos y monumentos, con los pies destrozados y lejos del hogar bastan para que ambos piensen que jamás debieron conocerse.
¿Cómo pude enamorarme de este canijo barrigón y con entradas cuya única misión en la vida es cargarse integristas islámicos y terroristas chiítas con la Play Station?
¿Qué pude verle yo a este loro pintarrajeado que se pasa horas hablando por teléfono con su amiga Mariona que lleva de baja por depresión dos años y medio?
Y un día, delante de la pirámide de Keops, entre grupos organizados y niños que venden postales, se dan cuenta que nunca significaron nada el uno para el otro.
Añoran su casa adosada hipotecada de por vida, las conversaciones baladíes con los compañeros de trabajo, la butaca de masaje, jugar con Medrano al paddle los miércoles y la hamburguesería del centro comercial. Y de todas esas cosas pueden disfrutar en compañía de cualquier otra persona, una presencia que forme parte del mobiliario y que no desentone con el color de las paredes.
Septiembre era considerado hace años un mes melancólico, las hojas caían de los árboles y uno sentía una cierta sensación de pérdida en la boca del estómago.
Hoy parece ser que lo único que sentimos haber perdido es el equipaje en algún remoto aeropuerto, el saldo de la VISA en las rebajas o el móvil en la playa . Y si algo hay que perder son esos kilos de más ganados en vacaciones a base cañas, vermús, patatas de bolsa y mejillones en escabeche.
P.D. Para aquellos que quieran evocar los septiembres de antaño, recomiendo encarecidamente se hagan con una copia del disco "September of my years" que grabó Sinatra en septiembre del año 65. Una delicia.
1 comentarios:
¡Dios, que cuadro!
Sólo me imagino algo peor: ¡Salir de vacaciones con la hermana de la mujer de uno y el "cuñao"! ¡Esas peleas a la hora de elegir restaurante!¡Y a la hora de sacar la VISA para pagar la cuenta!¡Y esos reproches: "Si ya me lo decía mi madre...."!
PD:
Dinah Washington,
September In The Rain (Mercury 1961)
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